Aceleracionismo Nuclear: El futuro en la Tierra Baldía.

 Aceleracionismo Católico Nuclear

La problemática teórico-práctica en clave de ficción política

¿Cuál es la base para el cambio? Esa es la cuestión en que todo revolucionario se detiene en el paso de la teoría a la praxis (si es que realmente no se ha detenido antes). Generalmente concedemos a la teoría el ser el fundamento de la practica, pero hay que comprender de que manera literal puede esa ser un fundamento pudiendo ser a su vez fundamental (no en el sentido de la necesidad o posibilitación, sino de preparación y primer grado de la cadena del hecho y del saber).

 

La relación entre la teoría y la practica no es lo que me ocupa como problema principal en este análisis, sino que es una cuestión secundaria para la respuesta a un problema mayor: el fundamento de las utopías, y más importante aún, la única que probablemente pueda proyectarse en nuestro mundo actual. ¿Cuál es la problemática principal del mundo contemporáneo? Simplificándolo mucho, la irreversibilidad aparente de las consecuencias del orden liberal y productivista sobre la moral, la psique y la cultura humana por un lado, y por el mundo, la naturaleza y el medio ambiente por el otro. La perdida del sentido del mundo, el ‘desencantamiento’, viene de esta doble raíz que supone la contaminación del clima y del sujeto y su comunidad. Entendiendo de forma kantiana que el apoyo metafísico de la moral (y del sentido de la vida humana) son las ideas incondicionadas del Yo, el Mundo y Dios, la atomización social, la crisis climática i el ateísmo y el desvalijamiento del fundamento moral del orden liberal suponen en definitiva este alejamiento que resulta en la inercia irónica y depresiva del sujeto posmoderno (ver los artículos de futura aparición “La condición póstuma” y “El vórtice capitalista inconexo”).

 

De nuevo, el problema no reside solo en las consecuencias de la degeneración de estas tres ideas (si el planteamiento o limitación de lo metafísico de dichas ideas es a su vez su condena es tema para otro debate) sino su irreversibilidad. ¿Quién no ha escuchado (y aborrecido) que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”? Acaso nos aborrece por que cada día nos damos cuenta de su realidad. Las fes pierden cada día más terreno, el sujeto cada día se cierra más en si mismo a la vez que depende más de estructuras mercantiles y estatales impersonales, y la dependencia del mercado a la expansión no parece que vaya a detenerse en las fronteras reclamadas por el activismo medioambiental. Así, si la teoría es el planteamiento de la solución a esos tres problemas de única raíz (¿el post-capitalismo?), y la teoría misma plantea su imposibilidad (que la irreversión es imposible), ¿cuál se supone que sea la practica?¿La simple demora?¿Frenar lo inevitable, el decrecimiento? O a lo mejor la solución es lo contrario, el acelerar hasta que el capitalismo se fuerce por sus propias contradicciones y limitación de recursos, ¿Pero acaso quedara nada para continuar después de él?¿Hay algo tras el fin?

 

Hasta aquí hemos planteado la misma antesala o preparación (la teoría) que muchas ideologías del presente. La socialdemocracia y el conservadurismo social pretenden mantener el ritmo moderado ante la imposibilidad de “cabalgar el tigre” del capitalismo; el comunismo y otras ideologías totalitarias pretenden secuestrar el estado liberal para formar bases (conciencias materiales o idealistas) que transformen el sujeto (o lo erradiquen); los aceleracionistas (de ambos bandos) pretenden empezar de nuevo tras el fin. Supongamos que, frente la imposibilidad del freno y del mantenimiento (lo que suponen comunistas y fascistas ortodoxos) que la aceleración es la única respuesta. Nos enfrentamos de nuevo a la pregunta contra-teórica, al contra-argumento: ¿Qué habrá para construir después del fin? Aquí entra de nuevo nuestra propuesta de usar a la práctica como fundamento de forma literal.

 

¿Qué construiremos tras el fin? Suponiendo que hay que reconstruir el fundamento moral de la tríada kantiana, para nosotros se nos presenta el fundamento católico del mundo como única respuesta. El sujeto, el mundo y Dios (como fundamento moral), en una sola conjunción (que es el estado anímico y ontológico eudaimonico, el estado preferente al que se orienta o debería orientar el individuo) es el fin de todas las ideologías, más solo es asumible en el catolicismo. Ello es consecuencia de la proyección de Dios según la doctrina católica y su concepción de la salvación bajo el fundamento individual y moral, orientado a su vez a los demás. Pero de nuevo salta otra cuestión: ¿Siendo el catolicismo la única manera de asumir dicho estado, por qué no se propone hoy en día, entre la selva ideológica, de la cual debería salir triunfante? Es más, la pregunta debería ser “¿porque es imposible asumirlo?”. El estado de decadencia de la tríada a su vez imposibilita su comprensión y su deseo absoluto. No podemos ver el bien más allá de nosotros, no vemos ni a los demás ni el fin ulterior del mundo, somos cegados.

 

Esta ceguera es lo que imposibilita que la teoría de la política católica (o cualquier otra) sea comprensible y como tal, se proponga de forma coherente en el sistema político de la actualidad, que siendo en sí un producto de la corrupción de la tríada es contradictorio con el ideal católico. La respuesta teórica es imposible, y frente a esa imposibilidad, nace la alternativa práctica. No pensaremos la solución: la conoceremos, la percibiremos. La base necesaria del cambio debe nacer, pero no de acorde con la teoría, pues se fundamenta de una forma contraria a ella, puesto que esta necesita un renacer, una revelación, un verdadero “shock”, necesario para el despertar. Necesitamos la peripecia clásica, y que nuestra caída en desgracia nos sirva de anagnórisis, que se nos revele nuestros errores, para lanzarnos a la catarsis católica que supone el consuelo de nuestra propia miseria. Hoy en día, tal tragedia, que a su vez sirva de renacer, solo puede ser alcanzado por el holocausto nuclear.

 

Sodoma i Gomorra, John Martin

¿Que supone el holocausto nuclear? Primero que no supone una única posibilidad de eventos que lleven a ello, no nace de una única cadena causal condicionada. La guerra nuclear no precede necesariamente al holocausto nuclear, aunque a día de hoy esa es la mayor posibilidad y a lo mejor la más deseable. Pero en general, debemos considerar las consecuencias: Al menos 100 millones de víctimas, destrucciones de núcleos urbanos superpoblados, de infraestructuras militares y gubernamentales, posible anarquía ante los colapsos de los estados... En general, la destrucción de las instituciones que apoyan el sistema. Y tras la destrucción, el yermo. Una masa de tierra planimétrica, un reinicio literal de nuestra orografía y topografía, en especial en las zonas urbanas; lo que sigue a la violencia de las explosiones iniciales es la contaminación por radiación de las zonas circundantes, que tardarán cientos de años en desaparecer, y que son capaces de mutar la genética, cuyo resultado general es la aparición de cánceres. La tierra misma nos vedara el paso a las zonas afectadas, tornándose desierto. Debemos contar las dificultades de los pulsos electromagnéticos enfurecidos, el polvo radiactivo que como ceniza cubrirá la tierra, que será cada vez menos fértil. Que nada reste excepto aquellos que hayan presenciado la tragedia. El mundo estará, desde ese momento, destinado a una lenta muerte de invierno.

 

La cruzada albigense supone el primer ejemplo
 de "aceleracionismo cristiano"
Esta es solo la primera parte de la propuesta a una supervivencia nuclear, que sigue la máxima de
«Caedite eos. Novit enim Dominus qui sunt eius». Debemos suponer que en cuestión de mártires en esta oleada inicial habrá pocos. Se puede criticar la aparente falta de moralidad del acto (que trataremos más adelante), pero cabe demostrar, al menos, que el holocausto ha sido para Dios una practica justificada de corrección. No solo tenemos los casos del diluvio, de Sodoma y Gomorra, de las masacres en Jericó, sino que la más bella descripción de la destrucción aparece en las ultimas paginas de las Escrituras, en el libro de las Revelaciones. En estos bellos pasajes, se describe en más de una ocasión la completa erradicación de la Tierra, el dolor de los infieles, la caisa de "meteoros" destrcutores como Ajenjo, la apertura del Abismo... La apertura, el dia de la gloria y la ira, del misterio de Dios, solo se nos puede aparecer a nosotros, simples observadores de la gloria divina, como masacre indescriptible e indescifrable, cuando es en realidad Salvación. Se nos repite una y otra vez que esta incomprensión se refleja en la ira de las naciones y su dialectica de Estados, que actuan como actuarian hoy en día, con absoluta incoherencia y rabia. Pero realmente lo importante es la construcción de lo que ahora si puede albergar la constitución política católica, la Nueva Jerusalén. El sentimiento estoico de los padres del desierto será una etapa inicial que muchos de los supervivientes se adherirán de forma espontánea, y de no ser así, un grupo formado de predicadores pueden ayudar a confirmar dicho espíritu. En la tierra baldía, todo se debe construir, pero no de nuevo (es decir, re construir) si no construir algo nuevo. Para ello proponemos un regreso a la pobreza apostólica, a una federación no jerárquica de comunas federadas entre sí que sigan la máxima del “ora et labora”. El rebaño post-revelación, tras la destrucción de Sodoma que supone el mundo hoy en día, es capaz desvelar de forma aletheica la teoría católica tras la práctica.

 

Suponiendo la supervivencia de la curia (lo cual es deseable), ello supondría otro punto de apoyo para la teoría. El papado debe recuperar las tesis de la primacía papal, y las tesis de la bula Unam sancta y del Dictatus papae. La ira de Dios que habrá supuesto el alumbramiento debería ayudar dicha imagen. El Papa debe erigirse no solo como guía espiritual, sino terrenal, y no solo como guía, sino como dictator. El Papa, en este reducido mundo que supone el invierno nuclear, puede recuperar su función predilecta: el “Oculus Orbis Sacer”, el vigilante pastor. Siguiendo la formula lascasiana, el hombre despojado el buen salvaje, puede conformar comunas federadas autónomas espirituales bajo la divina teocracia del Pontífice. Este absoluto regressus, además de ampliar la conciencia de espíritu y de recuperar (por regreso) las buenas virtudes primitivistas, da de vuelta al Pontífice el poder supremo de policía moral.

 

Así, el poder absoluto engendra la libertad absoluta; esta es la capacidad plena (dada la ampliación de la conciencia a su espíritu, el sobrepasar la carne) para poder seguir libremente los dictados papales. Así, una vez hayamos conseguido este nuevo hombre, alcanzara la necesidad propia y colectiva para la doctrina cristiana plena. Como Vasco de Quiroga quiso hacer, creando una comunidad cristiana plena en la América recién descubierta, puede volverse a hacer en las cenizas del mundo. Pero no hay que olvidar que, aunque esta segunda etapa nos puede parecer el seguimiento del imperativo categórico papal, la manera en que hemos llegado a él (la practica), no puede sino ser considerada como consecuencialista. En esto se ha basado el aceleracionismo cristiano; el sacrificio humano será vasto. Aquel que lo lleve a cargo no puede ser sino considerado como un santo pecador, un verdadero sacrificado a cargo de sacrificar, el ungido en sangre. Él será quien, en sacrificio propio, por nuestro bien, descenderá a las limbes, y con él el mundo.

 

El sacrificio ha sido siempre entendido como llave para la salvación. A lo mejor la doctrina cristiana que mejor muestra esta concepción sea la Cotrina del padre Orígenes. En ella, el sacrificio de Cristo no es solo la apertura de la gracia para los hombres, sino de los ángeles y de toda la creación. Con su cosmología pseudo-gnóstica, Orígenes acepta que la materia, a pesar de no ser en sí mala, da origen al mal, y cuando este mal exceda el mundo, por la oposición completa de los contrarios, la materia misma junto al mundo se vera arrasada, ya sea con diluvio o con fuego. Ello será la Parusía y el Juicio final. Aunque, curiosamente, para Orígenes esto no será el fin del mundo en cuanto a que de las cenizas de este nacerá uno nuevo, no entendido como la apertura del Edén, sino de la creación de otro (aunque no se especifica si según los mismos parámetros que el anterior). La destrucción engendra creación. Quien sabe si bajo este ciclo de destrucciones Orígenes pensaba que si había un progreso, una pequeña Teodicea que era liberada destrucción tras destrucción. La historia de la humanidad se entiende entonces como la ceguera de la materia, ceguera permitida por Dios como mal, que debe iluminar tanto a buenos o malos, el día del juicio final: sea llevado por Él o por nosotros.


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