Compendio de los primeros pensadores Cristianos: Étienne Gilson "La filosofía en la Edad Media"

 Compendio de los primeros pensadores Cristianos

Étienne Gilson "La filosofía en la Edad Media"

“La filosofía en la Edad Media” de Étienne Gilson ofrece una síntesis de los grandes pensadores cristianos desde los padres de la Iglesia hasta principios del renacimiento. Se va a ofrecer un compendio y resumen de los principales pensadores presentados en esta obra.


Sección primera: Los antecesores de la Antigüedad
Primera Parte; Los Padres Griegos


I-Los padres apologistas


San Justino Mártir, autor de la Primera Apología, Segunda Apología y el Dialogo con Trifón, fue el primer filosofo cristiano propiamente tras la condena de San Pablo de esta, con una recuperación de la filosofía como “lo que nos conduce hacia Dios y nos une a Él”. Tuvo una importante influencia platónica, apreciable en la búsqueda de una “religión natural”.

A pesar de esto, Justino muestra como el Cristianismo es una superación del platonismo, sobre todo de las problemáticas no resueltas, por medio de la fe. Para eso, Justino intenta matizar como la Revelación se da en Cristo. Se busca justificar como puede ser que la encarnación del Verbo en la carne haya sido posterior al genero humano. Justino lo justifica planteando que existe una revelación del Verbo universal de la que participa todo el genero humano. Por lo tanto, seria posible haber vivido de acuerdo con el Verbo con anterioridad a la aparición de Cristo. La justificación de la filosofía posterior ya sea para justificar su uso en el cristianismo como para reivindicar las ideas filosóficas del Antiguo Testamento (“Cuanto de verdad se ha dicho nos pertenece”).

En cuestión de teología, los padres apologistas tienden a mostrar a Dios como una entidad primariamente incognoscible. San Justino habla de Dios como un “anónimo”. EL Dios tras el misterio es en última instancia Dios Padre. A este le sirve el Verbo como un Dios “primogénito”. La relación entre Dios y el Verbo será abarcada con poca profundidad por estos autores. Es el caso de San Justino, quien subordina el Verbo al Padre sin conseguir cuadrarlo dentro de la creación.

En la cuestión del hombre, San Justino parte de la idea platónica del alma. El esquema que ofrece San Justino es de una tripartición de la naturaleza humana en cuerpo (temporal), alma y espíritu o pneuma, esquema usado previamente por filósofos y cristianos como San Pablo. Pero a pesar de esas influencias, parece concebir el alma como algo no inmortal, puesto que es Dios quien determina en ultima instancia el destino de las almas y quien le otorga la vida. Esto se enzarza con el papel del libre albedrio en el plano de la salvación, cuyo lugar es privilegiado en el pensamiento de San Justino. Esto no se termina de complementar con la información que nos falta o que no elabora acerca del pecado original o la gracia.

Taciano fue otro gran apologista discípulo de Justino, autor del Discurso a los griegos, a pesar de su final salida de la Iglesia. En su apología, Taciano continua la labor de defender el cristianismo frente a la filosofía griega, mostrándola superior, anterior o coexistentes en varios casos. Se justifica como la filosofía griega ha sido inspirada en más de una ocasión por el Antiguo Testamento (tesis de dificultosa certeza), sobre todo en el tratamiento de problemáticas. Gran parte de su apología es un ataque dirigido más al tono y perspectiva de la cultura helénica que no a sus argumentos filosóficos, sobre todo en su concepción del tiempo y de la providencia, frente a la concepción linear y de orden divino-cristiana. De sus argumentos, Taciano muestra como los filósofos tienden a una auto refutación que ahorraría la necesidad misma de atacarlos, cimentando el futuro género de la Irrisio philosophorum. Se critica brevemente la filosofía politeísta griega mediante argumentos anteriormente existentes (en Jenófanes y su maestro). También atacó la idea de fatalidad, mostrándola incompatible con la mentalidad cristiana dado el libre albedrío que le ha sido otorgado al hombre.

En materia teológica, Taciano trabaja a partir de la base de Justino. Dios sigue apareciendo como un ser único invisible al hombre. Dios inmaterial es “principio” de todo y de la materia. Esta creación hace del mundo un ser sumiso a Dios (critica al Logos estoico), que garantiza el conocimiento del creador que le trasciende a partir de la criatura (Rm, 1-20). Toda la creación ya era concebida en Dios antes de su “actualización”, que es por medio del Verbo (aún sumiso a Dios) que no desaparece tras ser nombrado (ambas ideas presentes en San Agustín). El Verbo es además distribución, no división (recordemos la imagen del fuego que quema sin consumirse él mismo de Justino). Así, como la palabra humana, el Verbo permanece al haber sido dicho, en relación con quien lo ha pronunciado. El Verbo se mantiene aún como la entidad Demiurga. Taciano tiene una forma muy especifica de definir esta creación como “radiación” o “proyección”. Otra innovación es la concepción de la creación como “enseñanza” mediante la analogía, habiendo el Verbo ordenado del caos la materia como un maestro ordena el conocimiento de sus alumnos. De aquí extrae Taciano un argumento a favor de la resurrección, pues el nacimiento equivaldría al mismo proceso.  En materia angélica, los ángeles son creaciones divinas, es decir inferiores a Dios, pero superiores al hombre, a hacer siempre voluntariamente el Bien. La defección se explica como una contemplación herejita del Verbo. A su ve ello debe servir para refutar la necesidad estoica.

En cuanto al alma, Taciano la divide en dos partes; la psychéanimus, espíritu que poseen todos los seres y que penetra en la materia, adaptándose a cada ser, y el pneuma, que es el alma en sí. Este es inmaterial, el restante de la creación a semejanza de Dios. El alma se sigue concibiendo como mortal, pues esta sujeta a la voluntad de Dios, quien decide acerca de su muerte y resurrección. De aquí parte una moral, puesto que el alma esta en estado de caída, el Verbo da vigor para ejercitar el pneuma en oposición a la psyché. Esto se consigue mediante la conversión (metánoia) y el arrepentimiento. 

A partir de aquí hay varias apologías menores, como la de Melitón, que empezara a predicar por la conversión del cristianismo en religión oficial del Imperio romano y del Estado (opinión sostenida más adelante por San Agustín), hasta llegar a la última gran apología. Otra breve apología es la personal de Teófilo de Antioquia, que presenta algunos conceptos como la reafirmación de la creación ex nihilo y la incognoscibilidad de Dios desde la perspectiva terrenal.



En la segunda mitad del II d.C., Atenágoras compone la Suplica en favor de los cristianos, una apología dirigida a Marco Aurelio, emperador hostil a los cristianos. Esta apología encuentra un punto medio entre la reconciliación entra la filosofía y la Revelación de Justino y el ataque de Taciano, buscando un punto medio entre ambas doctrinas. La filosofía no es parte de la Revelación, si bien la Revelación tiene puntos en común en su ataque al politeísmo y otras convenciones helénicas. Dios es solo conocido por Dios, pero la razón es capaz de desmentir dialécticamente herejías como el politeísmo, como demuestra Atenágoras en su justificación de que no puede haber más de un Dios en un mismo sitio y momento, por tanto solo puede haber un Dios superior (el de la creación), los otros dioses relegados a otros mundos, lo cual los desacredita como dioses de nuestro mundo (Atenágoras mantiene una idea e Dios ligada al espacio apreciable anteriormente en Juan Damasceno). Atenágoras desarrolla más que sus predecesores la idea del Verbo como algo unido a Dios y eterno. Demuestra por medio de varios argumentos racionales la posibilidad de la resurrección (ya que es posible de acuerdo con la naturaleza de Dios, en la naturaleza de la existencia del hombre por su objetivo divino -apreciar la creación y la bondad de Dios-, y según la concepción del compuesto del hombre que veremos seguido). En el proceso, muestra una concepción no tan platónica de la configuración humana, igualando cuerpo y alma en la creación divina. El compuesto gana más importante que solo la parte anímica y que la espiritual. Esta concepción termina ligando con la doctrina moral de Taciano al mostrar como cada hombre deviene por si una entidad singular, con un esfuerzo personal hacia la salvación (idea de raíz aristotélica al derivar a cada ente una sustancia). 

II- El Gnosticismo

San Irineo se presento como la contraposición ortodoxa frente a la herejía gnóstica en su Adversus Haereses. Para rebatir los argumentos y explicaciones gnósticas, Irineo recupera la concepción del Dios no cognoscible de los padres apologistas y la limitación del cristianismo en el campo filosófico. El cristianismo es una doctrina de salvación, no de saber, y hay saberes que no nos pertenecen; resevare Deo. Rebate también la concepción de la inteligencia la fe y las entidades demiurgas gnósticas. En el proceso, San Irineo marca los principales puntos si filosóficos y si debatibles del cristianismo; la creación ex nihilo por el Verbo en base a la bondad divina, la Providencia, que es la continuación del reino de Dios en el mundo (est substantia ómnium voluntas eius), el Hombre, bueno por naturaleza pero imperfecto y expuesto a caer, unión de cuerpo y alma (a su vez formada por spiritus y pneuma) incorpórea poseedora de entendimiento y libre albedrio. El entendimiento es presentado como nous, que tiene la función de mirar, examinar, extraer saber, razonar, discutir internamente y expresar (contemplatur, cogitat, sapit, consiliatur, animo tractat). 

III- La Escuela de Alejandría

Alejandría constituía aún en tiempos avanzados del Imperio romano un centro de diversidad intelectual y cultural. Pervivían cultos antiguos en el templo de Sérapis y era la ciudad con más población judía helenizados del Imperio fuera de Judea. Filón es el máximo representante del sincretismo alejandrino de tendencias estoicas y platónicas con el pensamiento judaico. En materia cristiana, a finales del siglo II los gnósticos dominaban la situación intelectual hasta la fundación de una escuela ortodoxa fundada por Panteno, que dio lugar a un gran avance intelectual y a una serie de autores que trabajarían a un nivel sistemático muy superior a los apologistas. Esta tendencia empieza con Clemente de Alejandría, alumno de Panteno. Pese a seguir con la tendencia apologética, Clemente trabaja a partir de una nueva sistematicidad. En el campo apologético, Clemente presenta la figura del pedagogo, que es el Verbo, que da a todos los hombres el conocimiento de las costumbres para la salvación, en contraposición a la tesis elitista gnóstica del conocimiento salvador, pues todos los cristianos son iguales ante la salvación. De forma similar a Atenágoras, Clemente muestra como la filosofía tiene un papel en la fe, pero no es fundamental ni distingue a su usuario de otros creyentes, puesto que la de plena y perfecta es lo único necesario para la salvación, y esta es la misión del cristianismo. El Verbo, en papel de pedagogo enseña a los hombres por muchos medios, pero el principal es el “conocerse a sí mismo”, puesto que en el interior de uno mismo se conoce como de iguales llegamos a ser a Dios (esta idea de la interioridad será más trabajada posteriormente por San Agustín). Dicho esto, Clemente no resta a la filosofía de ser un bien, alegando como Dios la designa como un don en el Antiguo Testamento. La filosofía es querida por Dios como la ley judía anterior a la fe, por eso Clemente sitúa la filosofía griega como una segunda base del pensamiento cristiano, afirmando que hay dos Antiguos Testamentos y uno nuevo. Em uso que se debe hacer de la filosofía es como un medio y un fin, un usar sin detenerse en ella, es una sabiduría aplicada (philosophia ancilla theologiae), una preparación y ayuda para la Verdad.

Para Clemente la filosofía es además una tendencia natural del hombre y por ende un atributo descendiente de Dios. La facultad cognoscitiva (frónesis) que posee el hombre y que le distingue de los otros seres lleva a través de una cadena de procesos (la derivación de los primeros principios a partir del pensamiento (nóesis) que se desarrollan dialécticamente hasta el saber y la ciencia (gnosis, episteme) aplicado a la práctica (techné), proceso que termina en la piedad y en la Revelación y a la practica de sus mandamientos. Clemente critica que ha habido un desmembramiento de la filosofía a través de las escisiones de las escuelas que poseen cada una un fragmento de la verdad, y propone una reunión de la verdad a partir de un “trabajo de eliminación”, en el que el cristianismo debe asimilar o rechazar las diferentes sabidurías. Clemente sitúa a Epicuro como el completo opuesto del cristianismo (por ser un sistema ateo y hedonista) y empieza progresivamente desde ahí a la asimilación.

En materia teológica, los preceptos del Dios incognoscible de los apologéticos siguen presentes. Es algo más allá de la unidad, solo conocido por la Revelación y su hijo. En su teología del Verbo Clemente lo describe como consustancial a Dios, que profiere sin separarse de él, y que crea al mundo y se mantiene en el por la providencia y en la gracia. También hay un mayor tratamiento del libre albedrío, la necesidad y la gracia como motores de los actos morales.

Orígenes, alumno de Clemente y del maestro de Plotino, marca un antes y un después en la profundidad del pensamiento cristiano. Su obra principal, De los principios, dice ser una presentación de los principios filosóficos del cristianismo para paganos y cristianos iguales. Orígenes trata de apelar a la tradición pero también de iniciar nuevos diálogos con paganos y con cristianos de reciente cuna. Para Orígenes, todos los cristianos creen en lo mismo, pero no de la misma forma. Como lo presento Clemente, la fe es por si sola el único requisito para a salvación, pero la sabiduría permite a otros cristianos el acceso a la “gnosis” o a un cierto tipo de perfeccionamiento, siendo su grado máximo la teoría o contemplación.

En teología, Orígenes remarca que Dios es uno, simple, inefable, perfecto, inmaterial e inmutable. Son los primeros atributos que intentan describir a Dios más allá de la incognoscibilidad apologética, aunque su naturaleza sigue siendo para nosotros algo que nos trasciende. El Verbo sigue subordinado al Padre, como un intermediario en el papel de la creación, y situándolo como ente coeterno y casi como un “Dios primogénito”. El Verbo desata una cadena de “naturalezas racionales” que llevan cierta identidad divina en ellos, una reminiscencia de la doctrina Plotiniana de las emanaciones. Orígenes empieza a abordar las aparentes contradicciones que se derivan de los atributos de Dios y de sus acciones, como el por que de la creación, del Verbo o del cambio. El mundo debe de haber sido eterno para conciliar con sus atributos, pero de haber tenido un principio literal, se tendría que dar una eterna creación de mundos sucesivo. El mundo es la manifestación del Verbo, conocimiento completo de Dios, y tanto el como sus emanaciones tienen el atributo de la libertad, que es lo que da pie a la historia. Como Plotino, la materia se ve como aprisionadora del alma (psyché), que puede, gracias a su libertad, liberarse. Para Orígenes, el alma es un “espíritu enfriado”, que en su esfuerzo y historia personal pueden llegar a instancias superiores o degradarse en metempsicosis a seres inferiores. La liberación se da desde un punto de vista platónico, donde la dialéctica de las cosas sensibles hace ascender al alma. El raciocinio y la libertad son los dos atributos que distinguen al hombre. Aquí Orígenes desarrolla la idea de la gracia como ayuda metafísica que guía al hombre a reconocer y reconciliarse con Dios. Cristo fue la única alma que descendió a la tierra sin perder la semejanza divina, y por ello siendo una instancia superior del Verbo. La gracia surge tras el sacrificio de Cristo. Este sacrificio es a su vez cósmico, puesto que redime a toda la creación más allá del hombre. Este sacrificio lleva a la muerte de la materia, que no siendo mala en su creación, lo es en perspectiva espiritual. De esta muerte, Dios rehace el mundo en su eterna sucesión. Por eso la redención es una obra interminable, aunque podría entenderse que realmente cada mundo es un progreso más cercano hacia el mundo perfecto.

Orignes, a pesar de avanzar mucho en materias como la teología del Verbo y la gracia, sería una figura controversial. Tras el Concilio de Nicea en 325, este tipo de reflexiones se verían más limitadas. A su vez, el Concilio empezó a canonizar algunas de las ideas filosóficas trabajadas hasta entonces, como la trascendente puntualización del termino ousía, la consustancialidad de la Trinidad o varios ataques a las concepciones de hipostasis y emanaciones. Aún así hubo varios cristianos que siguieron inspeccionando las sabidurías paganas, como Eusebio de Cesarea, y la escuela de Cesarea de Capadocia, fundada por Orígenes, siguió operativa. De esta salió Gregorio Nacianceno, conocido por su exposición clásica de la Trinidad contra los arrianos en sus Sermones. Gregorio predicaba una vuelta a la simplicidad de la fe y la filosofía en sus costumbres como una verdadera fuente del filosofar puro. Para Gregorio toda filosofía empieza por Dios, y este solo puede ser conocido por lo que Dios nos dice de él. El orden mismo del mundo es inexplicable sin el Logos. Pero no nos es posible definir a Dios más que en su ser (eso es, según su infinitud y eternidad). Al no ser un cuerpo, Dios solo puede ser entendido como un “océano de realidad” sin limites temporales o espaciales. Gregorio es la muestra de la nueva filosofía nicena que permanece en los limites que atraviesan los arrianos sin llegar a resolverlos.

Perteneciente a la misma escuela, San Basilio sigue demostrando el uso de valores helénicos (tanto literarios como filosóficos) y también continua la labor de la lucha contra los arrianos. Basilio se opone a la tesis de Dios como ente que es particular en su “inegendración”, que termina demostrando la no consustancialidad del Padre y del Hijo, y propone partir de los preceptos de la fe de un Dios definido por la ousía. Dios es lo que permite que convivan las ousías, terminando por demostrar la consustancialidad del Padre y del Hijo (demostración en su Adversus Eunomiun). En su otra gran obra, las Homilías, San Basilio hace un comentario del Génesis, precepto que será recreado a lo largo de la Edad Media. Dios crea el tiempo para el mundo, y su materia existe desde siempre, sin necesidad de materia primigenia. Aunque seria más correcto hablar de “materias”, pues para San Basilio, cada ser tiene una materia distinta según sus atributos. Es esta una critica a la materia increada, pues al ir eliminando de un ser sus atributos, ya no quedara la “materia primera”, sino la nada. La estructura del mundo se sigue de los cuatro elementos, que están en sucesión de forma cronológica (fuego, aire, agua y tierra), en completa armonía. Tanto este texto como su descripción de los animales esta fuertemente inspirado en los ensayos previos de Aristóteles, Eliano y Opiano. Esta revisión de la estructura y origen del mundo será altamente relevante en la filosofía posterior de la Edad Media.


El hermano de San Basilio, Gregorio de Nisa, es la culminación del pensamiento de los capadocios. Gregorio de Nisa presenta una concepción del hombre muy relevante en la Edad Media y el Renacimiento; el hombre como intersección de dos mundos (el visible y el invisible) por su constitución dualística (cuerpo y alma). Se admite que el hombre posee todos los grados de vida (semejante a la exposición de las funciones vitales del De Anima de Aristóteles). La dificultad es explicar el por que el hombre es el único animal que reconcilia las funciones vitales inferiores del cuerpo con la razón y el intelecto que le proviene del alma. El alma es principio de vida, lo que ordena las funciones de cuerpo, a la vez que una sustancia creada y racional (descripción que usara posteriormente Santo Tomás). Pero ni cuerpo ni alma puede existir de forma separada al otro, siendo por tanto necesario que su creación ha sido simultanea por Dios. El alma es inseparable del cuerpo (incluso tras la muerte) y se encuentra en todos sus órganos y todas sus funciones. El hombre es racional al tener pensamiento (nous) y forma de expresarlo en verbo (logos). Por eso es el hombre quien ordena su conocimiento de su exterior. Pero también se infiere entonces un pensamiento trascendental exterior en el orden. Es a partir de inferir que somos imagen de Dios que Dios se revela como un Nous o Pensamiento supremo que habla en su Verbo divino de la misma forma que nosotros. Como lo expresaba Taciano, el Verbo subsiste a la interpretación externa posterior a su pronunciación, y de la misma manera, el Verbo divino tiene una voluntad posterior a su expresión. Así se llega dialécticamente a la Trinidad y la codependencia entre las tres Personas. En la creación ex nihilo del todo, lo creado es entonces mutable, y la decisión del libro albedrio del hombre le lleva al mal. Aquí Gregorio puntualiza la no existencia del mal, que es solo negatividad, formula que reutilizara San Agustín. La pérdida de atributos divinos y eternos es lo que propicia la división del hombre en géneros para asegurar su descendencia como bondad divina. En cuanto a la materia, se habla de la categoría de los inteligibles, que será relevante a partir de Dioniso Aeropagita. Las categorías de la materia son solo pensamiento (posición nominalista), que da que la materia es solo la confusión de la mente de diferentes realidades sensibles (De hominis opificio). Así la salvación no lo es solo de la dimensión espiritual sino también de la sensible. La gracia es lo que conduce al hombre a la redención, que es la reunión con Dios y la recuperación de la imagen divina en el hombre, empezando por la fe y siguiendo en una unión intima similar al amor descrito en el Cantar de los cantares (Comentario).

Siguiendo el estudio del alma como Premnon physicon (tronco central de la ciencia) se encuentra Nemesio. La intersección de cuerpo y alma demuestra que el hombre y todo lo que le rodea constituye en su interior un microcosmos. Pero Nemesio elige el alma por encima del cuerpo siguiendo a Platón, y concibe como Orígenes una escala ontológica por la que el ala debe ascender. Nemesio presenta esta actitud como opuesta al aristotelismo, estigma que pesara sobre Aristóteles como filosofo de los paganos durante mucho tiempo. Se plantea en esta dicotomía las diferentes cuestiones acerca de la autosuficiencia como sustancia del alma o el porque de la necesidad del cuerpo tanto en vida como en resurrección. Nemesio tiene además una separación de las partes del alma más compleja que sus predecesores (que es una síntesis del alma tripartita platónica y las funciones del alma aristotélica) así como una calificación de las pasiones y los deseos. A eso se le suma una interesante calificación de la voluntariedad humana, donde se define la involuntariedad por la coacción violenta o por la ignorancia, mientras que lo voluntario siempre termina siendo causa interior del sujeto, ya sea por su acción o por su conocimiento de lo externo interiorizado. A eso se le suma las categorías aristotélicas de a acción (consilium, judicium y praeelectio). Todo esto sirve para una justificación del libre albedrió y el del papel de este en la salvación. Esta síntesis compleja de metafísica platónica y ciencia aristotélica trascendería a la edad media, donde influenciaría en gran medida a Alberto Magno, maestro de Santo Tomás de Aquino.

 

IV- Los últimos Padres griegos

 

Uno de los pensadores más influyentes durante la edad media es el misterioso autor del Corpus aeropagiticum, quien se hace llamar a sí mismo “Dionisio” (la historia lo conoce como Dionisio Aeropagita, Dionisio el Místico o Pseudo-Dionisio) y quien asegura ser discípulo de San Pablo. Estos textos no aparecieron hasta el siglo VI (en 532), posiblemente compuestos e el siglo IV o V. Su obra, completamente alejada de la retorica apologética, ofrece junto a Orígenes los primeros tratados sistemáticos de Teología. So obra principal, De los nombres divinos, ofrece una especulación sobre el por que de la variedad de nombres atribuidos a Dios en la Escritura (casi una hermenéutica Avant-lettre). En esta investigación vemos que idea mantiene Dionisio de la filosofía, bastante cercano a las aproximaciones alejandrinas de Orígenes y los capadocios. La filosofía debe servir como una aproximación a la teología. Para él las escrituras ofrecen un fundamento esencial, como pueden ser los nombres divinos, pero a la vez no son aproximaciones fidedignas de Dios, sino adaptaciones para que sean comprensibles para los seres humanos, puesto que Dios en sí es completamente incognoscible, y por tanto, innombrable (como lo llama Justino, anónimo). Así, hay que ir más allá de la letra. Los nombres bíblicos son pues afirmativos o positivos (teología afirmativa, desarrollada en su tratado La teología mística), pero aquellos que indaguen más allá se darán cuenta de que son más bien negaciones (teología negativa). Como esto parece a nuestros sentidos como contradictorio, hay que entender que ambos sentidos son reconciliables en una teología superlativa, en la que Dios desborda el sentido de la palabra a la vez que es contenido (en parte) en ella, puesto que Dios comprende todo el ser al ser Él mismo un “hiper-ser”. Dios va más allá de las afirmaciones y negaciones humanas, trasciende verdad y mentira, y es accesible para ambos simples fieles y místicos trascendentales (como también expone Orígenes). Dios, no siendo nada que podamos concebir plenamente (eso es, comprendiendo todas sus contradicciones) puede ser reducido en la experiencia humana en la Idea del Bien. Este bien produce, como el Sol platónico del mito de la caverna, diversos grados y jerarquías, que en la teología aeropagita es tanto teológica o celeste como humana (tratadas en De la jerarquía celeste y en De la jerarquía eclesiástica). Esta jerarquía es en ultima instancia ontológica y biológica, que finaliza en Dios, el “Hiper-Bien”. Dios es identificado con el Bien y con el Amor por ser extático, cuya misión es la contemplación en la vida y en el más allá. El mal es pues, negación del bien, que al ser el ser, es el no-ser, es decir la escala más baja ontológicamente. Esto hace de Dios, a su manera, participante de lo que Él mismo crea, como primer participante, del que siguen los “tipo” o “ejemplares”, que actúan según “voluntades divinas”. Dionisio, en vez de presentar estas “Ideas Divinas” como Dios, las subordina a Dios. Así Dios no es participante realmente, en cuanto sus atributos no son Él. Dios es pues un más-allá-del-ser, originado de un no-ser primitivo. De todo este sistema, Dionisio consigue solucionar el problema de la multiplicidad y la unidad en la natura, de forma similar a como lo hicieron Orígenes y Plotino, pero poniendo la unidad en el centro de todo. En esta doctrina de los nombres de Dios y de la ignorancia tras ellos, Dionisio concluye que la ignorancia debe ser el motor de la ciencia, postura moderna y que también tomara Nicolas de Cusa en su Docta ignorancia.

Una importante adición a los textos de Dionisio son los de su comentador Máximo de Crisópolis o Máximo el Confesor. En su Ambigua, comenta tanto la obra de Dionisio como la de Gregorio Nacianceno. Máximo presenta a Dios como unidad en la descendencia y no en el presente, es decir, que Dios es el uno de lo que todo deriva, aunque todo no este necesariamente unido a Él en momentos posteriores. Dios es entonces una Mónada de la que se desprenden el Verbo y el Espíritu Santo por movimiento divino (kínesis theótetos). A su vez, el Verbo lleva en sí todas las ousías de la creación contenidas en sí mismo, de todo cuanto existe o ha de existir. Esta idea será recuperada por las rationes seminares de San Agustín. En esta creación, hay una jerarquía de seres, de tanto aquellos que su esencia es simple como la de las sustancias transitorias. El hombre es transitorio en la medida que mediante sus acciones morales y su libre albedrio puede crecer o decrecer (dentro de la escala del ser en que el Bien se identifica con esta como postula Dionisio). Máximo es el que deja asentado definitivamente que el alma coexiste al cuerpo, dejando atrás a doctrina platónica de Orígenes de la preexistencia del alma al cuerpo. Esto es una refutación, a su vez, de tendencias gnosticistas, puesto que al identificar al mundo con el Bien, nada de lo que crea Dios es mal. Los cuerpos no pueden ser, entones, una cárcel del alma. Máximo explica el concepto de la caída en relación con el problema de la multiplicidad que plantea Dionisio; el hombre tenia la tarea de unificar la multiplicidad en su conocimiento, pero hizo lo contrario, al desviar su atención de lo único (Dios) hacia las cosas (lo múltiple). Curiosamente es por este motivo el que Máximo explica la existencia de lo géneros, como algo salido de la jerarquía ontológica del hombre como múltiple. Dios pues, al reencarnarse en le mundo de lo múltiple en su unidad, muestra el camino a seguir. La redención humana se da pues en un constante movimiento del conocimiento hacia la unidad. Ese conocimiento dará pues, de forma posterior, al amor hacia Dios, hacia fuera (ékstasis) del hombre, ambos en forma de movimiento. Al final de este movimiento, en el fin de los tiempos, toda multiplicidad de esencias se reunirá de nuevo en la esencia divina, empezando por las distinciones de sexo y terminando en el retorno de la tierra en el paraíso terrenal, de lo sensible a lo inteligible. Esto es, en definitiva, la propuesta de Orígenes acerca de la historia como progresión.

Dentro de todas estas reinterpretaciones platónicas y neoplatónicas, Juan Filópono fue uno de los primeros cristianos en volver su mirada hacia Aristóteles y precursor de muchas problemáticas tomistas así como su espíritu de ‘filosofar en cristiano’. Una cuestión que trata es acerca de la unidad o multiplicidad de los entendimientos humanos. Filópono expone una solución a las cuatro interpretaciones de los intelectos aristotélicos en clave cristiana al proponer que el entendimiento es propio a cada hombre, estando a su vez algunas veces en potencia y otras en acto, ya que esto permite la inmortalidad del alma de forma racional. Otros concetos en referencia a Aristóteles que serán relevantes durante la edad media es la refutación en la Física en el movimiento, introduciendo el concepto de ímpetus.

El último gran Padre griego de la filosofía cristiana es Juan Damasceno. En su obra De fide orthodoxa, intenta sintetizar el conocimiento teológico hasta la fecha. El tratado empieza hablando de como todos los hombres tienen en su interior de forma natural el conocimiento de la existencia de Dios, si bien esta es demostrable por conocimiento externo y a través de lo dado, que en cuanto a dado y mudable (pues todo es mudable) tiene que ser creado, y eso nos lleva al conocimiento de Dios. A pesar de estas declaraciones, Juan Damasceno seguirá describiendo a Dios como ser incognoscible. Describe entonces las vías negativas hacia Dios y como Dios, de forma similar al Bien platónico, trasciende la esencia. Dios es simplemente el que es (o on). Dios es entonces un “océano de realidad” (como lo describe Gregorio Nacianceno). Más que su contenido, que no termina siendo del todo original, Juan Damasceno es importante por su nuevo modelo de tratado, que inspiraría en la edad media los comentarios, compendios y las Summas. Este es el ultimo gran pensador griego antes de la Edad Media, cerrando un período donde el pensamiento cristiano fue en mayor medida apologético, centrado en combatir el paganismo y herejías tempranas, y sobre todo apoyándose en la metafísica y cosmología platónica y neoplatónica para cimentar su filosofía, visible en el uso del Verbo como Demiurgo, el Bien supremo como Dios o las capas y escalas ontológicas dentro de la creación, así como las vías místicas del conocimiento. 

Segunda Parte; La Patrística 

V- La apología latina

 



La literatura cristiana latina no es inmediatamente posterior al auge del pensamiento cristiano temprano griego, sino que se desarrolla a la vez que este, aunque a su sombra. No será hasta que el cristianismo empieza a cobrar más importancia en el imperio (a lo largo del siglo III) que el latín reemplazará el griego en la mayor parte de asuntos religiosos. La primera etapa del pensamiento latino cristiano está fuertemente influenciada por la apologética griega de Justino y Taciano, así como la retórica latina y el ciceronismo. El máximo representante de esta apologética latina es Tertuliano. Tertuliano utilizo argumentos juristas para desacreditar las pretensiones gnósticas de interpretar las escrituras a su conveniencia, usando el argumento de la longa praescriptionis possessio. También se opone firmemente a las pretensiones gnósticas de elegir la religión por la razón. La religión, según Tertuliano, se impone por medio de la fe, que es regula fidei (ley inflexible). Esto es aplicable también a la filosofía, donde el pensamiento de Tertuliano se termina desenvolviendo como antirracionalismo y en la creencia por el absurdo; Credo quia absurdum, Creo porque es absurdo. Por lo demás, se considera su metafísica como anatema y alejado de a ortodoxia cristiana, siendo altamente materialista, llegando a afirmar que el alma es material. Como es material, debe haber algo que asemeje a Dios por su transmisión material desde Adán, que Tertuliano estudia en el lenguaje. Dios mismo tiene que ser cuerpo siguiendo el nihil enim, si non corpus.

 

Se podría decir que Tertuliano mantiene muchas semejanzas con el estilo e ideas de Taciano, mientras que el otro gran apologista latino, Minucio Félix, se parece más de San Justino. En su dialogo de corte ciceroniano, Octavio, Minucio presenta un personaje cristiano que rebate las objeciones paganas. Los argumentos alegados ya os hemos visto; el orden del mundo supone un ordenador, una critica al politeísmo, la apropiación de ideas filosóficas precristianas etc.

 

El caso de otro de los apologistas latinos, Arnobio, es paradigmático. Siendo un pagano culto, quiso convertirse, pero le fue negada por el obispo local. Ante esta negativa, Arnobio escribió un apología, el Adversus nationes. Esta apología nos muestra los motivos que llevaron a muchos ciudadanos cultos a convertirse. Arnobio habla de Cristo como maestro revelador de la verdad ultima, que es el monoteísmo de Dios soberano (Deum principem). Esto nos muestra las tendencias finales del imperio a tender hacia un monoteísmo (como el culto al Sol Invicto). A su vez, resalta el escepticismo frente a las complexiones politeístas contra la simplicidad aparente de Cristo. Arnobio esboza muchos argumentos de los cristianos escépticos, incluso de los más posteriores como Montaigne y Pascal. Si todo el mundo no deja de creer en algo, que es lo que hace la creencia cristiana parecer absurda? Hay una critica al conocimiento y a los filósofos, pero no se pueda decir que Arnobio poseyera ningún conocimiento avanzado en el campo de la teología cristiana.

 

Aunque en un tono esencialmente diferente, Lactancio seguiría con una labor apologética similar a Arnobio, de quien fue discípulo. Este apologista mostro, como Arnobio, lo que es la felicidad en la verdad cristiana, como es una fe que sobrepasa la razón dentro de la razón misma, como había expuesto Justino. En palabras del propio Gilson; “Había en las creencias cristianas más razón que en la razón”. Por eso, Lactancio rechaza energéticamente las antípodas, los relatos y la metafísica de la filosofía precristiana y del politeísmo. La gran novedad del cristianismo es incorporar una filosofía en sí mismo. Sin embargo, como el resto de los apologistas, no termina de elaborar una filosofía posterior coherente. Sus máximas morales y sus ideas de la verdad cristiana son apreciables en sus obras De opificio Dei y Instituciones divinas.

 

VI- El Neoplatonismo patrístico

 

El primer paso para una filosofía cristiana más compleja que la apologética latina se dio abrazando principios neoplatónicos. Esta influencia no es perceptible en uno de los primeros teólogos latinos sin embargo, San Hilario, que aun busca una fundamentación teológica y de la conversión por motivos morales. Aún así, es apreciable ciertos argumentos metafísicos que serán relevantes para la patrística. San Hilario quedo fuertemente impresionado por la presentación divina del “Ego sum qui sum”, o que lo lleva a definir la inmutabilidad como la principal característica de Dios. Esto da un énfasis en el sentido de Dios como identificación del ser, del Esse puro, como suficiencia ontológica absoluta.



El otro gran antecesor de la patrística es San Ambrosio, que quien a pesar de profundizar más que San Hilario y tener contacto con las escuelas alejandrinas, nunca dio un lugar preeminente a la filosofía en la investigación divina. De hecho, una activa critica a la filosofía (en De fide y en De incarnatione) lo llevaría a ser una fuente de los “antidialécticos” del siglo XI. Aún así, San Ambrosio empezara a implementar nociones neoplatónicas, como el ser de Dios como ser absoluto. Algo importante será como San Ambrosio traducirá el termino ousía por essentia, lo “siempre existente”, que tendrá consecuencias a lo largo de toda la filosofía, y en especial en la edad media y en la filosofía de San Agustín.

Durante el siglo IV, aparecerán dos textos ajenos al cristianismo que serán cruciales para el desarrollo ulterior del neoplatonismo patrístico. El primero será el comentario a El sueño de Escipión de Macrobio. Discípulo neoplatónico, Macrobio interpreta la escatología ciceroniana como una escala ontológica, donde la cumbre es el Bien (Tagathon) que es a su vez causa primera. Tras él, la Inteligencia (Nous), es lo que contiene las Ideas del todo en Dios, que es coeterna con su origen. Es importante anotar que aunque se hable de Inteligencia como animus en cierta ocasión, no se tarta del alma (anima), mostrando la vigencia del debate aristotélico del intelecto agente-paciente. Pero de igual forma que todo se encuentra en el Nous, todas las almas se encuentran en un solo “Alma”, cuyo alejamiento causa un estado de caída, que se trata de un descenso ontológico y de las facultades mentales. Aún así, el alma en caída permanece ligado a su origen divino por sus atributos intelectuales. El otro texto neoplatónico de gran importancia es el comentario de Calcidio al Timeo. A diferencia de Macrobio, que era abiertamente pagano, Calcidio dice ser cristiano. Calcidio distingue tres principios (initia); Dios, la materia y la Idea (Deus et silva et exemplum). Dios, incomprensible y trascendente, es el Supremo Bien. Calcidio identifica que Dios produce el Nous en forma de Providencia, del cual viene el destino (fatum), que rige la naturaleza de cada cosa a pesar de que ellas sean en sí autónomas. La Naturaleza, el Azar y oras potencias dependen a su vez de la Providencia, incluso el Alma, que es una “Segunda Inteligencia”. “Dios supremo manda, el segundo establece el orden, el tercero intima, y las almas obra según la ley”, como lo resume Calcidio. EL origen causal del mundo no es su origen temporal. Los seres son a su vez modelos o copias, que se sitúan en dos mundos diferentes (inteligible y sensible). Las ideas o modelos son una con Dios, mientras que las copias están hechas de Dios y de la materia. Esto lleva a Calcidio a negar la concepción hilemorfica del alma y del cuerpo, puesto que la materia, aun siendo simple, es parte de Dios. Calcidio tiene, además, un seguido de interesantes antípodas acerca de la materia. Ambos textos servirán para mantener vigente el neoplatonismo tanto en la patrística como en el resto de la edad media.

Un salto exponencial en cuanto a la comprensión del cristianismo dentro de la orbita ontológica neoplaonica se da en Mario Victorino. En sus tartados Sobre la generación del Verbo divino y Contra arrianos, Victorino se dispone a cimentar a Dios y el Vebro como la unidad completa del ser, superando las adversidades y contradicciones que de ello se desprende. Estos dos tratados se conciben como una respuesta al arriano Cándido, quien había intentado solucionar la cuestión de la generación del Verbo en términos arrianos. Si Dios es el ser, no puede ser engendrado, pero se dice que el Verbo es engendrado, luego el Verbo no puede ser Dios. Esto esta en consonancia con la tesis arriana que niega la consustancialidad entre Dios Padre y Dios Hijo. Victorino intenta demostrar racionalmente el dogma mediante un exhausto análisis del ser. Dios es causa de todo ser, y como causa debe ser anterior a efecto. Victorino ve aquí la contradicción que esto engendra; si Dios es anterior al ser, y Dios no es engendrado, Dios no puede ser el ser. Victorino resuelve este problema proponiendo que Dios es un “preser”, anterior “de lo que es y de lo que no es”. Dios es entonces, como Ser Supremo, también parte del no-ser, en cuanto que es plena potencialidad del todo, de los futuros y de la generación. Victorino distingue entonces diversas distinciones en cuanto al ser; lo que es verdaderamente, lo que es, lo que no es verdaderamente no-ser, y lo que no es. Esto distingue entonces dos grupos; los intelectibles, realidades supercelestes como el entendimiento, el alma, la virtud, el logos y otras realidades superiores como la existencialidad, la vitalidad, y finalmente el ser. Lo demás se articula por el ser, en cuanto que es negación de figura o semblante (el no-ser). El no-ser pues, es. Esto es tremendamente confuso al entender que debe haber entonces materialidades no existentes, que a diferencia de aquello que no es verdaderamente no ser (realidades no materiales), deben no existir pese a tener semblante o figura, siendo entonces la materia “nodriza del no-ser” (se entiende mejor con una tabla tal vez, llegados a este punto yo ya no sé). Faltaría entonces, un no-ser absoluto, que no participaría del ser, que se desmarcaría del no ser verdadero y del verdaderamente no ser (que seria el absoluto no-ser?), un imposible en la existencia inconcebible hasta por Dios. Y entonces, si Dios es el ser, donde colocar su tipo de ser? Dios esta más allá de estas cuatro clases, esta supra omnen existentiam. De aquí vemos que la “generación” es en verdad revelación, puesto que Dios, al ser el ser absoluto, mantenía todo el ser oculto en Él, y la generación del resto de la existencia es una causa tou ontos. Lo que diferencia a Dios del resto de seres es que Dios es un ser independiente del resto de seres. Jesucristo pues, es a la vez que es Dios Padre, y solo es generado en cuanto es revelado. Es decir, el Hijo nunca fue un pre-ser, nunca fue generado, por tanto es parte del absoluto. La única opción seria que Dios mismo diera lugar a Sí mismo. Dios lo es todo incluso en el reposo, movimiento absoluto, tesis de gran relevancia a lo largo de la edad media.



De todas estas influencias nace la cúspide del pensamiento patrístico; San Agustín de Hipona. Como es sabido, su biografía es una larga historia de la búsqueda del conocimiento y cierto abrazo de la filosofía hasta la conversión cristiana, pasando por el gnosticismo. En este resumen nos limitaremos a constatar que es lo que el autor, Gilson, remarca del pensamiento San Agustín y su trascendencia en el mundo medieval. El principal objetivo de San Agustín es alcanzar, desde la fe, la inteligencia. No es que no haya razón que precede la fe, si no que las verdades y la inteligencia de la Revelación no pueden ser sacadas únicamente de la razón, sino que es en gran parte trabajo de la fe; “Intellige ut credas, crede ut intelligas”. En la máxima de San Anselmo, “fides quarenes intellectum”. Todo empieza en el hombre, con una definición plenamente platónica; el hombre es un alma que se sirve de un cuerpo. En los tratados más teológicos, se remarca más la unidad cuerpo-alma, pero en los textos esencialmente filosóficos, esta es la definición que asume San Agustín. El alma, en cuanto es superior, tiene en cuenta en todo momento lo que le acontece al cuerpo en forma de acción, que abstrae en las sensaciones, como acción propia del alma, y no como pasión que sufre. Los objetos que nos rodean son inestables, siéndonos imposible de formar un correcto conocimiento de su ser. El conocer solo se puede dar cuando el objeto no cambia y el espíritu puede retenerlo bajo su mirada. A pesar de esto, el alma posee verdades, que no son realidades empíricas (que hemos visto que raramente permanecen), sino reglas del pensamiento (en línea con futuros desarrollos idealistas). Las matemáticas y la moralidad tienen máximas categóricas no sensibles pero verdaderas, por ejemplo, que son necesarias y por eso inmutables, y luego, eternas. Lo verdadero es lo único que verdaderamente existe. Pero como es posible que existan esas reglas en nuestra alma? Si admitimos que todo conocimiento se da en los sentidos, veremos que nunca podemos encontrar ese conocimiento verdadero. Puesto que es algo a priori, pero fuera de la sensibilidad, que se encuentra en mí, estas verdades, o mejor dicho, la verdad, debe estar por encima de la razón y la sensación. Es esta a su vez, por su trascendalidad, lo que demuestra a Dios, que resulta ser en casi todas las demostraciones de San Agustín, algo así como un maestro interior. Para San Agustín, el nombre que mejor describe a Dios es el Ego sum qui sum, puesto que Dios seria la realidad plena y total, la essentia, el ser mismo (ipsum ese), por ser aquello que es inmutable siempre, lo que le hace el absoluto ser. En la concepción de la Trinidad, San Agustín rompe con la tradición griega; si los griegos concebían la Trinidad como tres personas antes que una naturaleza divina, San Agustín concibe una naturaleza divina antes de tres personas. El Dios padre deja de ser la pieza principal, sino que Dios es la divinidad en general, que se despliega en un orden o una persona dependiendo del momento. Esto se debe a que San Agustín juzga a Dios según su análisis interior del alma; el alma es pensamiento (mens), donde hay un conocimiento que se expresa (notitia) del cual surge el amor. San Agustín extrapola esos mismos conceptos al Dios Padre, Dios Hijo y al Espíritu Santo. Pero los atributos que ates hemos dado a Dios (el ser absoluto en cuanto a inmutable) nos llevan a un problema, que es el concebir la creación, siendo esta esencialmente un cambio (paso del no-ser al ser). Se tiene que entender entonces que en su Verbo ya habían contenidos eternamente los modelos arquetípicos de todos los seres. Estos modelos son las Ideas. La creación ha sido, además, hecha sin sucesión de tiempo, brotada de la voluntad de Dios. La creación en seis días debe ser entonces mera retorica alegórica, puesto que cada ser se encontraba en forma de germen (rationes seminales) ya desde el origen mismo. La creación estaba en potencia en la materia, lo único que hizo Dios fue actualizarla. La historia sería un despliegue perpetuo en forma de evolución, pero en ningún caso creadora. Ese despliegue toma parte tanto en la materia y los seres como en el tiempo mismo. San Agustín plantea una jerarquía de los seres, pero en ningún momento como si fuera una escala que pueda ser móvil, como los místicos de Oriente. En la cuestión del origen del alma (importante en Orígenes y demás místicos), San Agustín revela no ser capaz de resolver esta duda. Esta evolución de la historia da por resultado un optimismo metafísico que seria parte misma del canon católico. La materia, pese a no ser creada per se por Dios, no es mala, como en las concepciones plotinianas, si no que es parte de la bondad de Dios. El cuerpo tampoco se concibe como prisión del alma, sino como consecuencia del pecado original y una prueba de Dios en la vida moral, cuyo objetivo es liberarse de él. Como Platón, San Agustín identifica la divinidad con el bien. Pero además, al igualar a la divinidad con el ser por su inmutabilidad, de identificar a su vez el ser con el bien. Así el mal no existe, por que al ser el contrario que el bien, debe ser entonces lo contrario al ser, que es el no ser. Así se soluciona el problema del mal en cierto modo, puesto que todo lo que existe debe ser bueno por el solo hecho de existir. Sub especia eternitatis, el universo es bueno de por sí. El mal moral se explica por el uso no racional del libre albedrio. Y al por que Dios no nos concedió una razón infalible, se explica que la felicidad recibida por la libertad es mayor que la felicidad por necesidad, y por ende es la que existe. La libre adherencia a Dios es entonces el mayor bien (Dios), y el pecado es hacer lo contrario. En este estado de caída, el hombre necesita de la gracia para seguir a Dios, ya que su libre albedrio no es suficiente. Lo que hace la gracia no es que el creyente siga por necesidad la Ley sino que el creyente la comprenda y discierne correctamente mediante el uso del raciocinio libre. Por eso el creyente en gracia es a su vez el más libre (libertas vera est Christo servire). El retorno a Dios debe ser lo contrario al egoísmo (que fue el pecado de creer en los sentido y observar los cuerpos), debe ser un movimiento de amor y de caridad, una vuelta de lo sensible a lo inteligible. Aquí hay una diferenciación entre razón inferior y superior, y el cristianismo ofrece un mayor alcance a esta salida de la caverna, puesto que el sol divino mismo nos envía la gracia y la revelación para conocerle y poder admirarlo. La filosofía pues sirve para el cristiano como simple contemplación que le hace feliz. La comunidad de cristianos, unidos por el amor a Él, siguen a un mismo bien. Todas las sociedades se unen por seguir un mismo bien, per a diferencia de las demás, la Ciudad de Dios se une para un bien eterno, que es Dios. Esta ciudad, con una construcción progresiva, demuestra la existencia de Dios en el desarrollo de la historia universal, otra gran diferencia respecto a los dioses paganos. La Providencia llevara esa comunidad hasta el fin de los tiempos. 

 

V- Últimos pensadores romanos

 


El pensador más influyente de los últimos tiempos del Imperio romano fue Boecio. Boecio dejó dos grandes legados muy estudiados en la edad media; su De Consolatione Philosophae y sus estudios acerca de la lógica, más notablemente su Introducción al Isagoge así como varios otros comentarios a Aristóteles. En la edad media, Boecio fue la fuente más fiel acerca de Aristóteles antes de la traducción del Órganon. Boecio fue la recuperación de clásicos griegos como Platón y Aristóteles en esta nueva etapa del pensamiento latino, sirviendo como intermedio para ambos. En su Consolatione, Boecio definirá la filosofía como se entendía lo largo de la edad media; la filosofía como amor a la Sabiduría, como realidad, causa total y autosuficiente. La filosofía se dividiría en dos grandes ámbitos, la teórica y la práctica. La filosofía teórica o especulativa esta formada por tantas ciencias como clases de ser que se pueden estudiar (seres intelectibles, inteligibles y naturales). Los intelictibles son, como definió Mario Victorino, seres que existen fuera de la materia, los inteligibles, son seres concebibles por el pensamiento puro caídos en cuerpo (como las almas). De estos tres tipos de seres surgen tres ciencias correspondientes; la Teología, la psicología (o algo similar a eso) y la física. El estudio de a naturaleza se encuadra en cuatro ciencias, que Boecio nombra Quadrivium (cuádruple vía de la sabiduría); aritmética, astronomía, geometría y música. La filosofía práctica, por su parte, se divide por los tipos de acto que se pueden realizar; los de conducirse a su mismo mediante las virtudes, la de reinar con prudencia por las virtudes, y la de presidir a la sociedad. De aquí surgen, a su vez, tres ciencias; la gramática, la retorica y la lógica, modos de expresión del conocimiento mas que su vía de adquisición. Esta clasificación de los saberes será la base de gran parte de la enseñanza durante el medievo. El otro gran legado de Boecio es en el campo de la lógica, legando a la edad media su mayor debate filosófico; la naturaleza de las ideas universales, siendo Platón y Aristóteles dos argumentos contrapuestos en la cuestión. Boecio traza la controversia desde el Isagoge, al que Boecio hará un comentario e intentará resolver la cuestión. Para Boecio los universales no pueden ser substancias, puesto que al ser ideas generales participa en muchos individuos (como la especio de “animal”), pero siendo así, cuando pensemos en los universales no deberíamos pensar en nada, lo cual es imposible. Boecio sigue ante este dilema a Alejandro de Afrodisia al decir que nuestro conocimiento viene de los sentidos y es confuso hasta que es interpretado por nuestro espíritu (animus), lo cual también ocurre con los géneros. El espíritu extrae de los individuos que sentimos nociones abstractas que forman los géneros. Por lo tanto, los universales existen, pero deben ser comprendidos como abstractos y/o pertenecientes al espíritu y no a la realidad, como el pensar una línea fuera de su superficie. Así pues los universales “subsisten en unión con las cosas sensibles, pero no se conocen separadamente de los cuerpos”. Esta es la solución aristotélica-nominalista de la cuestión, en oposición a la platónica. Aún así Boecio se queda sin atar ciertos cabos sueltos. No hay una justificación del espíritu como la hay del entendimiento agente en Aristóteles, lo cual a su vez no explica que relación hay entre animus y sentidos. Así pues, se podría entender que para ese animus, que opera ut solet, toma los universales como algo subsistente de substancia. Así en la Consolatione, donde se dice que cada parte agente del ser concibe la realidad de forma diferente, substrayendo diferentes partes de ella. Asi, como Descartes y San Agustín, Boecio pone al espíritu como entendimiento superior apoyado por la perfección divina de la realidad. Esta es la felicidad absoluta, identificada con Dios. Dios es a su vez causa primera inteligible,  y uno a causa de su no-diferencia. Siendo perfectamente uno, escapa de todas las categorías. Después de Dios, que es o intelectible, viene lo inteligible, el alma. El alma parece ser algo preexistente que proviene de instancias ontológicas mayores (los ángeles), en consonancia con las ideas platónicas. Como ultimo legado al medievo, Boecio trato acerca de la voluntariedad i el destino. En la Consolatione, nos presenta Boecio dos conceptos importantes acerca del tema; la Rueda de la fortuna y la Providencia. A diferencia de los ángeles y otros seres, los hombres deben buscar sus instancias mayores a través de la voluntad. Pero como se concibe esa libre voluntad con la preeminencia divina? Pues a causa de que la voluntad es libre dentro de los márgenes de la razón, que no lo es en ella mismo sino en su uso. La razón es libre e infalible, puesto que el error que no proviene de la razón es ser esclavo del cuerpo. Pero sigue sin resolverse como puede Dios prever los actos si estos son libres. Esto se soluciona entendiendo que Dios vive en un eterno presente, donde dadas unas circunstancias determinadas, prevé mediante la razón los futuros contingentes. No es prever si no proveer. De aquí nace la Providencia, que comprende la necesidad. En ella, el destino es su ley, el como suceden las cosas necesarias. Boecio también trata una problemática presente en Platón y en San Agustín; si Dios es el bien y el ser, en que se distingue el bien en sí de Dios? Boecio nos indica que si un individuo es una recolección de accidentes, Dios es todos los accidentes, sin ser a la vez ninguno de ellos, en cuanto es el ser en su totalidad. Dios es el conjunto de las partes en cuanto es la realidad, pero no es ninguna de esas partes. Por su simplicidad perfecta, el ser y lo que Dios es lo mismo. Es este debate una premonición de los conflictos entre esencia y existencia a lo largo del medievo.

 

Este papel de recopilar y armonizar a los laicos seria asumido por otros filósofos durante los últimos años del imperio con la tarea enciclopédica. Casidoro e San Isidoro de Sevilla, considerados los últimos filósofos romanos, fueron los dos grandes enciclopédicos de esta etapa. Ninguno de ellos fue un filosofo de primera fila; las teorías del alma de Casidoro se remontan hasta la influencia estoica del cristianismo, y las Etimologias de San Isidoro de Sevilla caen en más de una ocasión en la incongruencia. Pero esto no quita que su labor recolectora fuese de gran importancia para que el conocimiento clásico sobreviviera a lo largo de la Edad media y incentivar al estudio.

 

El ultimo gran pensador de la era antigua fue el papa Gregorio Magno, gran reformador y conservador de la tradición latina. A pesar de esto, fue también participe de la controversia de Didier como oscurantista. Es también de suma importancia su decisión de consagrar el latín bíblico sobre el clásico como estándar.

 

Sección segunda: La Alta Edad Media
Primera parte: El ocaso de Occidente
 


VIII- El Renacimiento carolingio



Juan Escoto Erigena es uno de los monjes de las islas británicas (Irlanda) que mantuvo y revitalizó el legado clásico durante la época de las invasiones del siglo IX. Vivió el legado del renacimiento carolingio en la corte de Carlos el Calvo, quien era su protector. Su doctrina será malinterpretada como un panteísmo pseudo-platónico y condenada en los concilios de Valence y Langres en 855 y 859.

Como uno de los encargados de la preservación de la cultura clásica, empezó una nueva traducción del Corpus arepagiticumLa patrística griega será su mayor influencia junto a los neo-platónicos latinos. Como la mayoría de los padres, su doctrina nace de la preocupación filosófico-religiosa de la relación entre fe y razón. Para ello hay que definir la Verdad y su relación con el hombre (que tiene por naturaleza una disposición a ella), que se plantea como un seguido no unitario de respuestas en diferentes estados. La razón, sin la fe, es incompleta, pues la fe da el sentido a la vida activa y explora racionalmente la contemplativa. La relación entre estos dos elementos se establece en tres estadios; previa a la relación, posterior a la revelación, y la llegada de la Verdad como sustitución de la fe (se entiende que en la parusía). La razón en los dos primeros estados es una razón o desvalida o dependiente de la razón revelada, pero se entiende que la verdadera razón será finalmente revelada. La fe es para nosotros un componente ineludible de la inteligencia (reminiscencia agustiniana). Incluso sobre pasa la inteligencia, como se ve en el ejemplo de Pedro y Juan en la tumba de Cristo. Pero esta superioridad de la fe se tiene como principio; partimos de la fe para llegar más allá, como naturaleza divina del hombre. Vemos que incluso este ir más allá es un requisito para la fe, como por ejemplo en la interpretación de la escritura. La fe no es un conocimiento perfecto sino que lo entrega a partir de su inicio a un conocimiento racional. Así ninguna de las dos, fe y razón, son autosuficientes o completas, sino que necesitan de su mutuo apoyo; la fe dando pie a la razón y la razón prolongando “el esfuerzo de la fe para alcanzar su objeto”.

El ejemplo del interpretación biblia no es en balde, pues Erigena la concibe como el fin de la fe y la filosofía. La felicidad, que es la unión o proximidad con Dios (Orígenes y Agustín) es alcanzada mediante la unión intelectual (y no corporal) con Dios a través de la sabiduría de las escrituras.

Estas alabanzas a la razón han proporcionado varias criticas a Erigena por su “racionalismo” y primacía sobre la razón. En este punto hay que entender que Erigena distingue la razón divina (que alaba) de la razón de los hombres, aunque en esta justificación, línea de que razonamiento es divino y cual humano es difícil de distinguir. No hay, pues, una separación de la palabra divina en racional o dogmática, sino aquella parte de la palabra asumible por la razón humana y aquella que no es capaz de comprender, pero que se acepta como racional bajo credo ut intelligam.

Así, la tarea de la distinción de la razón divina en el mundo es una tarea de la razón para la cual actúa mediante la dialéctica, más precisamente en la división y análisis. Es un proceso de partir de los géneros más universales a los particulares (división), y reunir la unidad de los particulares hasta los géneros (análisis). Este movimiento de ida y vuelta es para Erigena un movimiento literal, puesto que el universo sigue una ley ontológica en la que los seres efectúan tal recorrido. Aplicando este método, no como operación lógica sino física, al mundo mismo, es el objeto del gran tratado de La división de la naturaleza. El concepto de naturaleza se antoja, en primer momento, como la totalidad de la existencia (y la no existencia). Bajo la razón humana, la naturaleza del ser se distingue en cuatro apartados (ucrónicamente espinosistas, natura naturata y natura naturans): 1) La naturaleza que crea y no es creada 2) La naturaleza que es creada y crea 3) La naturaleza que es creada y no crea 4) La naturaleza que no crea ni es creada. Más sencillamente, los seres creados y los seres increados, Creador y criatura. Así 1 es Dios, 2 son las Ideas universales y 3 son las cosas mismas nacidas de las Ideas (entonces 4 es?). La división de lo que no existe es (aquello que no es percibido o comprendido): 1) Lo trascendente para el hombre 2) Proponiendo una jerarquía ontológica, lo inferior niega lo superior (una diferencia cuasi deleuziana de la afirmación y negación de lo otro) 3) La potencia y la razón seminal 4) Los seres corruptibles 5) La imagen de Dios que a su vez es perdida por la culpa. 1 es Dios y las esencias, 2 son las Ideas y 5 es el Hombre. Esta división es solo el reverso de la anterior.

Esta naturaleza, recordemos, no se divide de forma lógica sino de forma real y físico-ontológica. Abordemos ahora el concepto erigeano de la naturaleza. No es a la vez la totalidad del conjunto dividido ni un género común a las divisiones del ser, puesto que ello dejaría a Dios como parte del conjunto y no como soberano (recordemos la paradoja del conjunto de conjuntos que no se contiene a si mismo). El problema principal es la relación de las cosas con Dios. Así pues, la división no es una división lógica o real actual, sino el resultante del despliegue de la creación de lo múltiple por lo Uno, una idea y una vuelta. El problema que surge de esto es la cuestión del Uno (si se debe plantear en cuestión del ser como Aristóteles o San Agustín). Dios, siendo un ser que huye el ser, solo se alcanza mediante teología negativa y afirmativa (cualidad ontológica que afirma y niega según la dualidad raciona humana y divina). Esto puede caer en la afirmación de que Dios siendo todo, es a su vez el no-ser, lo cual no es así pues Dios trasciende esa categoría siendo un ser “hiperesencial”, más que el ser.

Las Ideas es aquello que, creadas por Dios, no son de naturaleza plenamente divina, pero como creadoras, son ontológicamente superiores. Las ideas siguen el papel de la patrística griega del Verbo (no consustancial, pero si coeternas), una subyugación al Padre en el papel de la creación. De hecho la ideas subsisten en el Verbo. De estas ideas, la más perfecta es la del Bien, siguiendo la ousía (esencia), la Vida, la Razón, la Inteligencia en sí, la Sabiduría y el resto de virtudes y elementos que se hallan en la positividad ontológica de Dios. Este planteamiento de la subtenencia de las ideas en el Verbo mantiene la problemática de la participación de las cosas finitas de estas ideas eternas. Erigena intenta desmentir entonces que las Ideas sean criaturas, que las ideas son el Verbo, que criaturas se refiere a la engendración y no a la finitud etc. Esto origina el nuevo problema de definir como criaturas al resto de divisiones inferiores y su identificación indirecta con las Ideas, puesto que ambas son seres posteriores a Dios. Aquí hay que explicar el plano de pensamiento de Erigena, diferente al nuestro: no se trata de una relación de causalidad y efecto, sino una relación relaciones de signo y significado (en un plano de conocimiento, lógico?). Este tipo de relación es entonces fuera del tiempo, peramente actualizada, es una comprensión del hecho sub especia eternitatis incluso, puesto que se trata de una comprensión retrospectiva de Dios plenamente desplegado. Esto puede ser identificado con el concepto de Teofanía, una aparición de Dios percibida, una creación desplegada en la revelación. El conjunto de las teofanías separa el universo en tres mundos; las sustancias puramente inmateriales (ángeles), las corporales visibles, y el hombre. La comprensión del significado por el símbolo (la vuelta del movimiento) es lo que permite decir que Dios se crea a sí mismo al crear a los seres. Así las Ideas son la primera “autocreación de Dios”. Así la naturaleza divina ni siquiera se comprende a sí misma si no es revelada, cuando entra en contacto con el ser desde su infinitud. A partir de las Ideas se despliega el resto de la creación.

La idea de teofanía lleva consigo la idea de la iluminación (presente en las Escrituras, Epist I 17). Todos los seres son luces, destinada a ver a Dios. Así, el mundo entero, sus substancias, dependen de Dios y su revelación. Así, cada cosa es un signo y significado de Dios dándose a conocer. Esto es una parte importante de la concepción artística del símbolo a lo largo de la edad media; la naturaleza es el lenguaje con que nos habla el autor. La realidad es un conjunto de relaciones donde el ser es significado. Así la filosofía de Erigena es la cuestión de “la relación existente entre un pensamiento y su fórmula, o entre un principio y su explicación”, un verdadero planteamiento de la posibilidad de superar las contradicciones de Dios y su creación. No es posible plantear la relación temporal de la explicación del orden sin caer en contradicciones; así pues, la única explicación es un orden el despliegue jerárquico de su ser, no según un esquema lógico, sino como relación existente. “La jerarquía es una realidad sagrada”, una “participación ordenada”.

Para Erigena nadie ha visto jamás a Dios, ni siquiera los ángeles, ni lo vera (podemos entender que en la unión final, la unión de el hombre y la verdad, Dios ha sido solo un agente. Debemos plantearnos aquí porque el Dios de Erigena mantiene un papel tan activo). El hombre esta aun más desvalido que los ángeles en el mar del conocimiento, siendo la separación entre géneros una muestra de esta desorientación (doctrina origenista).

La redención juega un papel importante en la doctrina de Erigena, pero vamos a centrarnos únicamente en el papel de la redención del hombre como arte de la redención del mundo de los cuerpos. Erigena, siendo primeramente idealista, mantiene que el mundo corporal depende del hombre. De forma similar a la representación schopenhaueriana y berkleyana, hay un noúmeno subyacente. Esa realidad es, a su vez, Idea y Teofanía. Así el humano, en la caída del pecado, ha arrasado a ese nóumeno a una apariencia moralmente mala, que explicaría no solo el mal sino las doctrinas gnósticas y origenistas de la maldad de la materia. Es esta, incluso, una idea semejante a la ontología orientada a los objetos. La materia no es inteligible pues, en la mezcla de sus elementos, su sustancia. Solo nos es percibirle por partes (forma, naturaleza, cantidad, cualidad…). Esa esencia subyacente es inmaterial. Esta confusión de la materia inmaterial es una explicación idealista de los universales que trata de refutar al nominalismo. Así la historia es una revelación predestinada de las esencias (ousias). Esa esencia es la naturaleza (natura, physis) como aquello dado-engendrado. Toda realidad es idea, esencia, permanente e inmutable, de Dios, dado desde un inicio en la creación.

El universo material nace de la falta del hombre de permanecer inteligible. El mundo corporal es un regalo de Dios para que el hombre reencuentre la incorporeidad. Así a partir de movimientos anímicos, el hombre puede volver a subir ontológicamente hasta la incorporeidad. Así se explica la teoría de los dos mundos idénticos platónicos, criticados por Aristóteles. Este movimiento se desarrolla por la naturaleza intrínseca del hombre hacia el conocimiento, llamada Informitas.

Una problemática de esta concepción es la resurrección de los cuerpos. El cuerpo individual será reintegrado al alma por la vía de la división, en movimientos perpetuos dialecticos, una sucesión lógica pero real, en la que el alma sucederá en forma de vida, sentido, razón, hasta llegar al pensamiento puro, hasta llegar a la Unidad, en la vía del análisis. Así toda la creación será perdonada. La materia permanecerá únicamente como sustancia, aquella que era solo confusión de la razón humana. 

Seguido de Obras citadas o nombradas:

·         San Justino Mártir

-          Primera Apología

-          Segunda Apología

-          Dialogo con Trifón

·         Taciano

-          Discurso a los griegos

·         Atenágoras

-          Suplica en favor de los cristianos

·         San Irineo

-          Adversus haereses

·         Clemente

-          Discurso de exhortación a los griegos (Protréptikos)

-          Pedagogo

-          Strómata

·         Orígenes

-          De los principios

-          Contra Celsum

·         Gregorio Nacianceno

-          Discursos teológicos

·         San Basilio

-          Adversus Eunomium

-          Homilías

-          A los jóvenes

·         San Gregorio de Nisa

-          De hominis opificio

-          Comentario sobre el Cantar de los cantares

-          Dialogo con Macrina

·         Nemesio

-          De natura hominis

·         Dionisio Areopagita

-          De los nombres divinos

-          De la jerarquía celeste

-          De la jerarquía eclesíastica

-          Teología mística

-          Cartas

·          Máximo de Crisópolis

-          Ambigua 

       Juan Filópono

       Comentarios a Aristoteles

          Juan Damasceno

-          De fide orthodoxa

·         Tertuliano

-          Apologeticum

-          De praescriptione haereticorum

-          De anima

·         Minucio Félix

-          Octavio

·         Arnobio

-          Adversus nationes

·         Lactancio

-          De opificio Dei  

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