La culpa en Dazai: Sindroma de Orestes, cristianismo y 'ser' humano
La culpa en Dazai
Sindroma de Orestes, cristianismo y ser humano
En este blog he ofrecido digresiones y ensayos que, a pesar de su intrínseca forma especulativa y su variedad y poco ortodoxia temática, no dejan de caer bajo una forma de cierto 'academicismo' o ejercicio racional. Me gustaría dejar ese estilo de lado para, como muchos otros filósofos (Unamuno, Kierkegaard, Nietzsche...) abrazar el aforismo o la poca claridad lirica al abordar temas de profundidad psicológica en el individuo y en la sociedad, aunque solo sea en este breve ensayo.
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Siempre he sentido la culpa. Hay muchas maneras de describirla. Es algo que siempre es interno, y aun así su exterioridad es una de sus partes más dolorosas. La culpa en sí se manifiesta, en esa interioridad, con una gran multiplicidad. Tomemos a Raskolnikov, enfermo y cuasi moribundo en su castigo temático-argumentativo, cuya culpa corroe su alma y ataca su cuerpo y por poco lo dejó sin cordura y abatido por la fiebre. Con él tenemos la muestra de la culpa como carga. Todos la hemos sentido; la culpa nos pesa, nos hace sentir lentos al movernos, al pensar... Por eso al confesar perdemos ese peso. No es siempre algo agradable, solo hace falta ver el destino de Raskolnikov: nunca nos quedará claro si su alma es feliz en la fría Siberia, su pertinente castigo. Raskolnikov es un paradigma: ignorando los motivos de fondo, fue un sujeto culpable de un acto (delictivo y moral), sufrió por ello, física y psicológicamente, y, finalmente, judicialmente. Pero, ¿y si nunca hubiese llegado a cometer ese acto? Ya no me refiero al arrepentimiento del pensamiento intrusivo, reflejo, el confesado al cura. Me refiero a un estado peor que el de Raskolnikov, a la culpa sin acto, sin causa, sin remedio, sin castigo. Una culpa gratuita y omnipresente. ¿Es esto posible, tal crueldad?
Por supuesto que es posible, todos somos parte de ella. El no sentir la culpa no es más que el soñar. Yo mismo sueño, después de estar insufriblemente despierto durante años. La culpa vuelve puntualmente (punzantemente), pero uno debe saber que el insomnio, como el de Cioran, es el "desastre por excelencia", esa "lucidez vertiginosa". El arco no puede siempre estar tenso, San Antonio también necesita charlar animosamente con los otros monjes. Pero la cuestión permanece, ¿Y si padecemos de ese insomnio? Recientemente he leído Indigno de ser humano, de Dazai Osamu, en el que esta culpa aparece como la imposibilidad del protagonista de entender el funcionamiento del acto humano, del ser humano. Decían los escolásticos de Chartres que el ser no era solo el ente: lo subsistente necesita de aquello que lo hace subsistir. El hombre no es un hombre si no actúa como tal. Lo que innova Dazai es que este "no actuar" es un demérito, algo no virtuoso, algo que hace a uno indigno y lo que fundamentalmente causa culpa. Tomando una expresión cruelmente inversa de la presentada por Camus en El mito de Sísifo, el protagonista de Dazai encuentra un mundo vacío al que no es capaz de crear sentido. Una de las respuestas al vacío de que da Camus en su ensayo es la del 'actor', aquel que vive a través de presentarse como alguien que no es. Esa es fundamentalmente la actitud del Yochan, el protagonista, y sin embargo no es ninguna victoria o refugio, sino una derrota y una manera patética con la que seguir adelante en un mundo que tiene por principio la hostilidad. Yochan es alguien "auténtico", arriesgándonos al uso de esa palabra ya anatemizada (con razón) por Adorno. Es alguien que sufre de esa lucidez, de ese ver detrás del escenario. La maldición de Yochan no es, pero, el ver la falsedad, sino el ser sensible a ella. La confianza, el reposar sobre una base segura, abierta, le es negado absolutamente por un mundo, donde los hombres solo son capaces de aparecer como representación de forma normalizada. El problema fundamental del ser humano (la actividad que define a la sustancia, su predicamento) para Yochan, es que esa representación será siempre o bien falsa, o bien cruel. La incapacidad por el sentir (¿sentir el qué? ¿el orgullo, el amor propio?) del protagonista define su miedo fundamental a ese ser. Y con ese miedo, nace la culpa y la auto-culpabilización.
El paradigma de culpa en la literatura, para mí, no es el retrato psicológico de Raskolnikov que nos muestra Dostoievski, sino Orestes. El Orestes de Esquilo es el más prototípico, el que sufre de la culpa del asesinato de su madre a manos de las Erinias para finalmente librarse de ellas en la salvación racional de Apolo y Atenea, en la justicia social de la Polis y los tribunales de Atenas, una salvación apolínea que saca la situación de lo dionisíaco, en la supuesta lucha nietzscheana. Fue un mensaje de esperanza político digno de su época de nacimiento, en las puertas de la guerra civil helénica que supuso la guerra del Peloponeso, del imperio ateniense en su máximo esplendor. No será hasta la crueldad de Eurípides que lleguemos a ver definir elbpersonaje. Debo confesar que la figura de Orestes (sin ninguna representación autoral específica) ha sido desde hace unos cuantos años algo de obsesión en mi mente. Sigo sin desentrañar que es aquello que me fascina tanto del mito orestiano, pero sé que la faceta de la culpa es uno de los que más me llama. Y es en el Orestes de Eurípides donde vemos esa culpa corroer verdaderamente al protagonista. La tragedia empieza con Electra y Orestes recluidos en su palacio. El delito ya se ha cometido, la justificación heroica, que ocupa el lugar central de la Orestéia de Esquilo, no aparece aquí. El retrato que importa es un Orestes atormentado, sumido en la locura de la sangre de la madre, y sin las Erinias y las Euménides haciendo un acto directo de presencia. El sindroma de Electra y el sindroma de Orestes se suelen presentar como las dos caras del sindroma de Edipo invertido: la atracción por el padre de Electra y el instinto de asesinar a la madre de Orestes. Pero el sindroma de Edipo se presenta como algo inconsciente, no solo en la teoría psicoanalítica sino en la obra misma de Sófocles, donde la anagrórisis (el desvelamiento trágico de la verdad) juega un papel central. Ninguna de esas dos "pulsiones" nace en la tragedia de forma inconsciente, sino tras una planificación de acorde con las costumbres nacionales de venganza. Sin embargo, sí hay un apartado inconsciente de la psique en la obra que juegue un papel relevante y que parezca a las convenciones algo tan horrendo como lo que supone el sindroma de Edipo: la persecución de las Eumenides de Orestes, la culpa irracional. Es por eso que siempre he pensado que el sindroma de Orestes, lejos de representar un instinto matricida, debería ser el nombre de aquellos que sufren de una culpabilización interior irracional, abrumadora. Es aquí donde se cruzan Dazai y Eurípides. En estas dos sociedades juzgadoras, con un ambiente representado pero hostil, la culpabilidad del pecado es en sí pecado. Orestes cumpliendo la injusticia ordenada por un Dios justo (Febo): Yocha buscando el bien dicho por todos pero buscado por ninguno. ¿Qué qué es el delito? ¿Acaso importa? Orestes y Yocha ya saben que tienen que hacer, y aún más aquello que no deben hacer. Lo que no saben es si podrán soportarlo, ese actuar en contra de si mismos. La angustia de la suspensión teológica aparece en ambos casos, siendo aun más angustiante en el nihilismo de Dazai. El crimen de haber nacido, lo que fuerza al actuar, que es un representar.
Si esa culpa primordial, omnipresente será acaso una culpa nacida de la 'enfermedad cristiana' de diagnostico nietzscheano, es algo que me queda por descubrir. Las alusiones al cristianismo en la obra no es algo escondido precisamente, pero su relevancia como mero símbolo no es algo de lo que este seguro. Menos seguro estoy de que relación ocupa la moral en su obra. De nuevo, Nietzsche entendería esta culpa como un choque de valores morales nacidos tras la superación nihilista, ¿pero acaso podemos decir que Yocha ve una posible salida de ese nihilismo? Y aun menos podemos decir de la creación de valores positivos. La angustia de Dazai nos rodea como un océano calmado al naufrago. Jamás es urgente, pero es siempre amenazante. El naufrago poco puede hacer sino recrearse en si mismo, ¿y que va a sentir sino culpa?
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