La condición póstuma: La quietud del mundo contemporáneo

 La condición póstuma

 La quietud del mundo contemporáneo 

¿Cómo puede nadie afirmar que el mundo contemporáneo, tan dinámico, interconectado, globalizado… donde la información, a pesar de su gran peso, cambia radicalmente a cada segundo, donde todos los procesos se encuentran a unas velocidades vertiginosas... Como puede nadie, en definitiva, considerar este mundo como algo "quieto"?. Mas esto no es para nada algo inconcebible. Marina Garcés, en su ensayo "Nueva ilustración radical", define nuestra era como algo bajo una "condición póstuma", el lugar donde no nos aterra ni avanzar ni retroceder, sino que no tomamos dirección alguna. La condición póstuma se opone a la posmodernidad nacida de la 'French Theory'. La posmodernidad de los teóricos franceses de finales del siglo XX es menos cínica de lo que sus supuestos opositores pretenden mostrar. Eran hipótesis que pretendían retomar la decepción del fin del sueño de la ilustración y del sueño liberal para sentar de nuevo las bases para una sociedad sino racional al menos coherente consigo misma. La posmodernidad fue en definitiva un nihilismo crítico casi nietzscheano, el nihilismo que destruye los valores preestablecidos para transvalorarlos, para crear nuevos. Pero aunque hoy en día muchos critiquen el nihilismo posmoderno como una problemática contemporánea, estamos muy lejos de lo que fue el fenómeno posmoderno. El nihilismo de hoy no es un mero repudio o indiferencia, sino una desaparición completa de la acción sin precedentes. Esta condición esta expresada de muchas maneras en el campo artístico, y de forma privilegiada en la literatura. El antihumanismo cansado, "ennui" de Céline es probablemente el que mejor lo explique: "La Tierra está muerta... No somos sino gusanos encima de ella, nosotros, gusanos sobre su repugnante y enorme cadáver, jalándole todo el tiempo las tripas y sólo sus venenos... No tenemos remedio. Todos podridos desde el nacimiento... ¡Y se acabó!". Esta imagen de la organicidad de lo muerto solo hace sino reforzar la principal duda acerca de esta condición: ¿Cómo hemos llegado aquí?

 

Como expuse en un post anterior (Aceleracionismo católico nuclear), podemos entender la quietud actual a partir de la perdida de los ejes (morales) que conducían la moral de los hombres. Uno puede identificarlos como las tres ideas kantianas (Yo, Mundo y Dios), pero es precisamente, a mi parecer, la prescripción de Kant de dichas ideas como “fes racionales” es en realidad un diagnóstico de su muerte. Lo racional es lo que cubre aquello donde el sentimiento ha sido abandonado. Ambas actúan en base a la creencia (pues credo ut intellegam) pero el sentimiento es una forma más pura e intensa de creencia, y por lo tanto más ‘creíble’. El razonamiento solo cubre como consuelo. Para que Kant tuviera que plantearse como es posible que las intuiciones morales tuvieras necesidad de ser razonadas (algo contradictorio con el concepto mismo de ‘intuición’) significaba que el mundo intelectual y moral anterior había conllevado a un estado fatídico de conciencia con el mundo. La revolución científica supuso un proceso de desaciociación primero con Dios, luego con lo social, y finalmente con el Mundo. Desarrollo así la ciencia una metodología completamente antihumana (ver el post de futura aparición Antihumanismo científico).

 

Indaguemos en el concepto mismo de la condición póstuma: ¿Qué significa? “Nuestro tiempo es el tiempo del todo se acaba”. La posmodernidad supuso el fin del sueño de la razón, pero como ya hemos expuesto, la posmodernidad hizo de ese sueño una recuperación subversiva e irónica. Pero hoy ya no vivimos en tiempos posmodernos, sino que las imágenes del positivismo subversivo, incluso del que se rehízo de las heridas post mayo del 68, han sido retorcidas en discursos y políticas como medios ‘afectivos’ para un sistema cada vez menos humano. La generación posterior a ese posmodernismo estructuralista, Baudrillard, Lyotard… Probablemente ya nos avisaron de esta muerte posmoderna y esta entrada en el mundo aparente. Pero, ¿Qué aparenta exactamente? Aparenta la continuidad dentro del fin mismo. La inestabilidad a todos los niveles de lo que vivimos y escuchaos no muestra contradicción aparente con la estabilidad del primer mundo, de nuestras vidas y entornos. Esto es obviamente un escenario, una burbuja, pero no excluye el hecho de que “el gran otro”, el Zeitgeist, político o social, mantiene una idea de superioridad de Occidente y de la clase media que no desaparece aún. Estamos en un limite tan ambiguo que no podemos decretar cuando empieza el fin. Garcés lo ha nombrado un límite de lo vivible, una muestra más de que todo se reduce al cálculo capitalista de mantener al ganado en condiciones de trabajo. Ese es el escenario de la condición póstuma, lo póstumo de la ecuación. Este discurso, aunque aceptemos que no se encuentra en la mentalidad popular o en la aceptación social, cada vez se materializa más en la idea de la crisis, económica o climática, de las políticas de austeridad, de la cultura del ahorro dentro de las necesidades básicas, de la normalización de la precariedad… La mayor exposición de esta ambigüedad o contradicción son las enfermedades mentales: ¿Qué supone normalizar las enfermedades mentales? ¿Supone que debemos admitir su existencia para no estigmatizar a sus victimas y cargarlas con una doble culpabilidad? ¿O supone más bien aceptar como inherentes a un sistema en sus últimos días sus consecuencias sobre la fuerza de trabajo, y con ello admitir que nuestra salud mental es un coste necesario para mantener la infraestructura del sistema?

 

La problemática del discurso en los últimos tiempos nos muestra la otra cara del término, la condición. ¿Cuál es la respuesta al ‘tiempo que resta’? Ya hemos expuesto la respuesta institucional: el sacrificio del individuo precario, la demanda de la austeridad. Llevado al máximo, esto supone el franciscanismo autoritario, convertirnos en “los locos del Estado”, que voluntariamente decidieron ayudar a los más pobres que ellos de forma casi competitiva, puesto que todo lo que el Estado ha creado es bello. Garcés expone la respuesta de las “políticas afectivas”. Ya en 2017 Garcés mostro que este discurso, aunque bien intencionado, padecía de graves fallos. Suponía un medio sin fin, una sola supervivencia, que aunque decidió atrevidamente subvertir las políticas de poder institucionales y abordar nuevas problemáticas que parecían sistemáticamente obviadas para siempre consiguieron llegar al espacio público. Pero ahora sabemos (siendo el más claro ejemplo las políticas del “gobierno más progresista de la historia”) que incluso en este espacio dichas políticas y problemáticas no pueden ser resueltas: la misma condición póstuma no permite resolverlas, puesto que no hay nada que resolver cuando todo se acaba. ¿Qué posibilidad de afecto hay en una sociedad que acepta el mandato de la restricción física del hombre en su hogar, su confinamiento, físico y metafísico?

 

This is the way the world ends
Not with a bang but a whimper.
El limbo, el purgatorio, la “muerte que no cesa”, es la condición póstuma: un grave problema cuyo problema mismo es su irresolubilidad. El mundo desaparece mientras nosotros somos forzados a vivir en él. La condición póstuma y la desaparición del mundo (cuyo proceso más claro sea la reificación capitalista) muestra que la condición póstuma se predica al individuo. El como nos comportamos hoy en día viene definido en parte por esta tendencia global y temporal. A partir de la edad moderna, con el nuevo concepto de trabajo e individuo, la libertad individual más que verse potenciada ha sido subordinada, la acción siendo sustituida por la conducta (como mostro Hannah Arendt). ¿Esta conducta se ve intensificada o revertida en los fines del tiempo? El capitalismo se ha intensificado con una ultima expansión doble: Acabar con los recursos de la tierra para su beneficio y supervivencia significa consumir todo bien material y, aun mas importante, expandir las fronteras del mercado hacia el individuo mismo. Esta expansión es más psíquica que corporal, pero supone que ahora más que nunca nuestra trayectoria vital y comportamiento social a menor escala se ve dirigida por dinámicas de mercado. Hemos sido convertidos en una economía que va mucho más allá de la supervivencia conativa biológica. Nos consumimos a nosotros mismos: somos nuestros propios jefes: la vida es un curriculims. Así como nuestro mundo ha sido contaminado, también nosotros lo hemos sido, y no solo a nivel psíquico o anímico, sino físico y somático. Garcés distingue los tiempos de exterminio y de extinción (puesto que puede que no vivamos en el Auswitch mundial del que nos habla Agamben), nos describe las experiencias de Aleksiévich en Chernóbil y su ambiente decadente de muerte. Junto con Bachmann, critica que la muerte con sentido (el ‘ser para la muerte’) de Heidegger es solo una racionalización del siglo de los genocidios, siglo al que nosotros sucedemos sin nada más a matar sino nosotros mismos.

 

El contexto de la condición póstuma es el marco teórico problemático de Garcés: sobre este se plantea la solución. Esta, para Garcés, es la reivindicación de una nueva ilustración radical. Esta NIR es una autocritica ilustrada de los tiempos ilustrados que supone que los errores de la modernidad que tantos filósofos, modernos y posmodernos, han señalado, pueden ser solucionados bajo tiempos de una crisis final como es la condición póstuma. Tras el acertado análisis de nuestro tiempo, un positivismo ilustrado no solo parece ingenuo sino una broma de mal gusto. Este positivismo (filosófico pero también afectivo, es decir, se trata de un ‘positivismo positivista’) ilustrado supone, erróneamente, la capacidad de las instituciones de perpetrar un nuevo despotismo. Ahora bien, como la base teórica de Garcés, yo también secundo su crítica y exposición de la condición póstuma, pero mi solución es radicalmente opuesta. Este texto solo sirve para plantear dicha base, aunque voy a postular brevemente mi contra propuesta a la NIR: el poder de las instituciones es inexistente, solo se comprende de una forma no focalizada, como termodinámica, como liquidad. La manera de subvertir ese poder no es institucional, es decir, de compartir fines (el (Estado)bienestar) sino medios. Volver a recuperar el sentido ilustrado del progreso en una época última del nihilismo, volver a recuperar fines en el fin, no es posible: la única solución es el purgatorio de los medios, y para hacer de estos algo soportable, necesitamos comprender y dominar la liquidad moderna. Esto puede conseguirse aceptando la liquidad del poder en el átomo individual y sus relaciones, en la anarquía de las relaciones (de poder). La metafísica liquida, anárquica, comprende, como pesimismo realista, la condición del fin de nuestro tiempo. La sistematicidad de la actualidad ha fracasado a no ser que sea rizomática, orgánica, liquida. Otro aspecto de este “realismo pesimista” es la re-comprensión de la decadencia. Comparemos esta decadencia con la decadencia del siglo XIX. Los decadentistas de entonces no se juntaron con las reivindicaciones ilustradas ni del sistema ni de los antisistemas (los marxistas), como nosotros proponemos. Pero su decadentismo era indiferente a los daños de su sistema colonial que extraía su poder de la dependencia de sus dominios. ¿Qué critica colonial hay en los cuadros polinesios de Gauguin? La pregunta de este realismo pesimista es la de la practica: ¿Indiferencia o acción? ¿Es la indiferencia un fin o un medio?

 


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