El fascismo es un humanismo: Dialéctica del orden y el progreso

 El fascismo es un humanismo

Dialéctica del orden y el progreso

“Progreso” es un término equívoco, puesto que “progreso” se dice de muchas maneras. En la vox populi contemporánea podríamos decir que hay dos significados mayoritarios, ambos ligados a términos políticos: el progresismo “social” y el progresismo “general”. El progresismo social es aquel que entiende el progreso como el avance de la tolerancia política y social de toda alteridad en el marco de las democracias liberales, sobre todo occidentales, a partir de movimientos inclusivos y estudios sociológicos en vistas a la reforma práctica de la sociedad bajo un ideal predeterminado. El progresismo general tiende a entender el progreso como el avance de distintos campos prácticos o técnicos que son a la vez motor y finalidad de la sociedad, como la economía, la tecnología, la cultura, la diplomacia etc. Ambos puntos de vista no son enteramente contradictorios, y se ajustan a ciertas tendencias progresista que han existido a lo largo de la historia (como el Partido Progresista en España entre otras muchas denominaciones progresistas a lo largo del siglo XIX). Sin embargo, sabemos, desde hace mucho, que el progreso (ciego) es a la vez motor de un proceso de estatización y perpetua expansión del mercado capitalista, llegando a generar una filosofía propia. Reflejada más puramente en los monstruos nacidos a la sombra de la Ilustración, Theodore Adorno y Marx Horkheimer definieron la Ilustración como el mito de que se podía acabar con los mitos. El progreso es una parte fundamental de dicho mito, y actúa como causa eficaz del mismo, tornando en cantidad toda materia social y hasta cultural para entrar dentro de la dinámica de la razón dominadora. La cultura misma, convertida en industria, dicen Adorno y Horkheimer, llega a servir al progreso como mera forma recreativa en la cual subyace la ideología del productivismo ‘progresista’. Entendido así, el progreso no es un fin, no es una ideología: el progreso y el progresismo son una facultad.

¿Por qué es interesante este planteamiento plano del progreso? Ya sabemos que el progreso no es algo únicamente aplicable a nuestra era, y mucho un concepto limitado es el falso sentimiento de progreso, visible en muchos aspectos del Renacimiento del siglo XV. Por un lado es innegable que el progresismo contemporáneo (el industrial y social) es probablemente algo nunca visto en la historia universal, pero por otro, es interesante como paradigma de la futilidad de las ideologías contemporáneas. Esto se da a través de una liaison insospechada, bajo la pregunta: ¿Es el fascismo un progresismo?

Esta pregunta se nos puede antojar como una ridiculez, como un oxímoron. La imagen actual del fascismo es de un “Contra-uno” o un “Contra-progreso” absoluto y definitivo. Ningún Estado ha privado tanto de derechos y ha combatido la “degeneración cultural” tan ávidamente como los regímenes fascistas y nacionalsocialistas del siglo XX, se nos podría decir. Otros nos dirán que la relación entre progresismos sociales contemporáneos y el fascismo es algo obvio (por ambos mantener una forma ‘totalitaria’), y vamos a eludir esta afirmación, por estúpida. Pero si bien eso es cierto, es demostrable que el fascismo jugueteo muy cercanamente con embriones de movimientos sociales contemporáneos como fueron el feminismo, los movimientos LGTB y con una idea general del progreso del capital bajo la forma más optima de Estado.

Ante todo, hay que olvidar al fascismo como un adalid de la tradición:

The Fascist negation of socialism, democracy, liberalism, should not, however, be interpreted as implying a desire to drive the world backwards to positions occupied prior to 1789, a year commonly referred to as that which opened the demo-liberal century. History does not travel backwards. The Fascist doctrine has not taken De Maistre as its prophet” – Mussolini, Doctrine of fascism.

Si bien es cierto que se ha apuntado a más de una vez las tendencias antirracionalistas y pseudo-nietzscheanas de dicho movimiento, no hay que olvidar que muchos pensaban que el fascismo se apoyaba sobre evidencias científicas (eugenesia, frenología, darwinismo social, etc.). Es bajo esa tendencia que podemos entender, primero, la relación con del fascismo con la Ilustración, y segundo, el porqué de la incorporación de elementos progresistas en el movimiento como una ayuda para separarse científicamente de la tradición y del conservadurismo. El fascismo es perfectamente capaz de reincorporar sus contrarios. Como ideología de un Estado absoluto, no se alcanza esa absolutez meramente eliminando sujetos alternos, sino reincorporándolos. De la misma forma en que opera el capitalismo en su incorporación de los contrarios dada su falta de objeto bajo la forma del mercado, el Estado totalitario fascista es capaz de incorporar las reivindicaciones sociales minoritarias. Bajo la forma de la razón autoritaria, del cálculo estatal, no hay contradicción alguna entre el poderío que se da al sujeto unitario (hombre-blanco-heterosexual) y la subordinación no eliminatoria de los movimientos subalternos. Esa incorporación no es, pues, una incorporación ‘romántica’, una unión barroca y pasional de los contrarios, sino un frío calculo, una subordinación recíproca entre principios y razón.

 

Modus tollens

¿En qué se basan los movimientos progresistas sociales mencionados anteriormente? En última instancia, bajo el liberalismo, estos se amparan en un aumento del derecho individual frente al Estado. Pero esa no es la única manera de ‘garantizar’ los derechos de tales minorías. Bajo el Estado nacionalsocialista, tales movimientos no tienen cabido como movimientos de derechos individuales. Como colectivos, aparentemente no lo tendrían por su confrontación como elementos disgregatorios frente al proyecto de homogenización del subalterno al Estado totalitario. Pero realmente, según diferentes usos del movimiento feminista y LGTB, la campaña de “empoderamiento” sigue un tipo de Fhürerprinzip a menor escala. La subversión del poder tradicional resulta en más voluntad de poder, y eso es difícilmente contradictorio con la mayor parte de la naturaleza nacionalsocialista. Claro que ese empoderamiento no se encuentra en cada individuo de dichos colectivos, pero se encuentra en los suficientes para que ser beneficioso para el movimiento. Y en ambos casos poseemos evidencia histórica para mostrar esta afiliación: Fijémonos, por un lado, en el apoyo feminista de Mussolini al Congreso Feminista de Roma de 1923. Sumado a esto están las reivindicaciones feministas del NSDAP, no siempre a la línea de las tres K’s (Kinder, Küche, Kirche). En el caso del desarrollo de la mujer fuerte se puede argumentar que se trata solo de un ejercicio pragmático de mantener un subyugado fuerte que vigile a los otros subyugados. Pensemos en la figura de Lindzin que nos presenta Primo Levi en el campo de Auschwitz: un judío que, imbuido de poder por los guardianes del campo para poder mantener el orden entre los prisioneros, iba muchísimo más allá del propósito de su rango de primer inter pares; su reinado despótico de tiranía entre los que se suponían suyos demuestra que fue una figura de gran poder. El empoderamiento del judío, se nos dirá, sirve la misma función que el empoderamiento de ciertas mujeres durante el Reich. Pero para nosotros eso no quita validez a nuestro punto, que es mostrar de nuevo que el progreso no es unidireccional, y que ese empoderamiento (a lo mejor como critica al poder mismo) se puede desarrollar de muchas formas, más lejos de lo que convencionalmente llamamos ‘feminismo’ y otros movimientos progresistas ya tratados.

El caso más absurdo y a la vez más potente resulta el de la relación de los regímenes fascistas y nacionalsocialistas con la homosexualidad masculina. En el caso de la Alemania nazi no hay justificación alguna de un apoyo institucional o para-normativo de la homosexualidad: esta estuvo vedada por el párrafo §175, vista como una herramienta judía para menoscabar el potencial masculino del pueblo alemán, y al menos 100.000 homosexuales fueron encarcelados o trasladados a campos de concentración, donde la castración era un acto común de humillación. No obstante, el mito de la “homosexualidad nazi” estuvo muy presente ya en la república de Weimar hasta la posguerra, alentado sobre todo por la izquierda alemana y la democracia cristiana. Fueron estos grupos, de hecho, los que expusieron el escándalo de Röhm, y no olvidemos de la posición de muchos intelectuales soviéticos, como este testimonio de Gorki: “Destruyan a los homosexuales y el fascismo desaparecerá”. Así, por esta visión de la oposición se nos revela una facción dentro del partido que si estaba a favor de dicha unión insospechada, cuyo máximo representante fue Hans Blüher, quien optaba por una reinterpretación de la Männerbund como una “homosexualidad de trincheras” en base a una “alianza viril” contra las influencias feminizantes. Este acto nos revela de nuevo el papel del progreso como instinto de homogeneización y exterminio. Otro caso, menos extremo pero igual de interesante, fue el de la concentración de homosexuales en las islas Tremiti en la Italia fascista. En este acto de represión se produjo insospechadamente (para el acto humano, pero no para el desarrollo racional del progreso) la creación de un espacio propio y abierto.

 

El Fascismo democrático y sus pulsiones

"Change the world, my final message,
 goodbye..."

El que el fascismo pudiera llegar a ‘vaciar’ el contenido de dichos movimientos para usarlos de forma pragmática en su estrategia de Estado totalitario y totalizador (si es que ese contenido era lo suficientemente definido -como principio y no políticas concretas, puesto que el concepto de empoderamiento tanto es equivalente a dar el poder, ya sea para meter un papel en una urna como imperaban las suffragettes o el poder de mandar sobre las otras mujeres, garantizado como hemos visto en estos movimientos-) muestra que la orientación política de los mismos no es intrínseca a las categorías modernas. Esto nos lleva al recurrente problema del centro de preguntar cuál es la relación entre la extrema derecha e izquierda. Pero en vez de hablar del rojipardismo preferiría mostrar de nuevo como, incluso en la concepción de progreso marxista el fascismo tiene una clara preeminencia dentro de él. El progreso se nos muestra como algo inexpugnable de este movimiento, que o supera y lo guía de forma inconsciente. El concepto de progreso marxista, a parte de las visiones adornianas que ya hemos mencionado, solía centrarse en el desarrollo necesario de las dinámicas contradictorias del marxismo. Estas se basan en las necesidades del modo de producción capitalista para sobrevivir a sus crisis (expansión de os mercados etc.). Así, muchas atrocidades han sido cometidas por la expansión del ‘progreso’ (que es en realidad la imagen de un moribundo intentando extender su vida desesperadamente) como la conquista británica de la India, que Marx narraba como aterradora pero necesaria, puesto que era un paso más hasta el último estancamiento del capitalismo entre sus crisis (eurocentrismo aparte). Como hemos visto, el marxismo vulgar tiende a considerar el fascismo como una fase superior o ultima del capitalismo en la que este intenta hacer sobrevivir los monopolios a través de la coordinación autoritaria del Estado y de la opresión de la clase obrera, pero el fascismo ha sido analizado desde tantas perspectivas que demuestra que el fascismo no solo fue un fenómeno histórico impulsado por un puñado de oligarcas que pensaban de manera necesaria en los estados no escritos en los que necesariamente incurriría el capitalismo. Una muestra de esto es la comprensión del fascismo como otro tipo de progresismo, fuera del discurso del fascismo como progreso continuado e idéntico de la tendencia capitalista. Es la alternativa propuesta por Amadeo Bordiga, quien entendió el fascismo como una continuación del aparato capitalista, sí, pero no como un ente servil a este, sino como como una continuación inconsciente de un progreso del capital en una nueva forma, y no como “salvaguarda del orden”. Para Bordiga, el fascismo fue un tipo de democracia, entendiendo la democracia como un sistema político al servicio del capital cuyo único objetivo era el moldeamiento del hombre como “masa informe” al servicio del capital. Como vimos, muchas acusaciones provenientes del marxismo sobre la afiliación de grupos identitarios y minorías con el fascismo logro en ocasiones que estos fueran aceptados o entendidos como parte del fascismo. Para Bordiga, se entendería entonces que esas acusaciones solo sirven a una cohesión mayor del fascismo como idea de continuación de la democracia burguesa. Esto hace también que Bordiga y los bordiguistas incurran en acciones controvertidas como aceptar narrativas negacionistas del holocausto (referido como “la gran coartada”), que solo serian un intento de mostrar el caso alemán como una excepción, y no como lo que verdaderamente fue: una muestra de que el progreso no es sino el completo retorno a una forma primitiva de la concepción del mundo, donde el sujeto de externaliza de forma absoluta n una forma objetiva que no puede comprender el mundo en términos de multiplicidad. La masa informe se une en la voluntad general de erradicar al otro. La democracia ultima, el fascismo y la conjunción del deseo, representa el deseo de economía del sujeto como cálculo de la existencia como presentismo (el Mal de Bataille). El progreso quiere el todo, y las minorías deben ser o bien incorporadas bajo el mismo impulso totalizador o bien eliminadas. Por eso, para Bordiga la idea de la reacción anticomunista se unifica bajo el progreso que se autonombra “pura democracia”, pues es la falacia de una pura comunicación de la voluntad que odia al mundo como escenario plural.

 

Orden y Progreso

Finalmente, hay que entender que el fascismo es un progresismo más que un humanismo. El Fascismo (con mayúsculas, como espíritu) es la participación ultima de la política y la sociedad en la idea de progreso: de Orden y Progreso. No creo que esta argumentación este sólidamente engarzada con la de Adorno y Horkheimer. Es cierto que el análisis del capitalismo como todo absoluto que incorpora bajo su sistema toda forma de contrariedad es un análisis sagaz de la realidad, pero es una vía alternativa o paralela al fascismo, no su germen, y como hemos visto, no son esas las características que Bordiga admite que se trasladan de un sistema a otro. Esto es, de hecho, una forma de atender el capítulo de la Industria cultural, puesto que la semejanza de los pabellones soviético y nazi de la exposición del 36 no quita que la propaganda cinematográfica este mejor representada por el Hollywood de los años 40 que no por el Triumph des Willens. Estoy de acuerdo con el sistema irracional pero absoluto del capitalismo en falsa bandera de la Ilustración, pero ello no termina de completar la crítica a la Ilustración misma. Sin embargo, ambos participan de este ideal de progreso, que es algo detrás de ambas ideas, no consecutiva. La forma de entender esta idea o espíritu de progreso es retornar a la filosofía positivista de Auguste Comte, entendiendo que la idea positiva del conocimiento y la política admite la traslación del ideal democrático al fascista según Bordiga.

El legado positivista del fascismo solo se comprende desde la óptica del fascismo no como el grito de guerra antirracionalista y romántico (como ya hemos señalado), sino como sistematización, como comprensión monista (espiritual, si, pero no esotérica) de la tarea de la humanidad como renovadora de valores. Para el fascismo, la humanidad en progreso tiene un final o estado aún más perfecto de la democracia: la ideología de estado como unificación de todo hombre en un solo grupo. EL deseo de homogenización es una visión objetiva e inhumana de la humanidad, algo que solo se puede conceptualizar a partir de la comprensión positiva y lógica, pero no emocional, del hombre y su sociedad. Esta idea deriva del estudio de la sociedad a partir de la regla general científica de los positivistas como Comte, decididos a organizar la sociedad para su máxima expresión según el estudio de la fisiología social. La humanidad se estudia de forma estática i dinámica, y su estudio, que tiene como base el conocimiento subjetual, solo puede tender hacia la homogeneización. Pero el sistema es imposible de cerrarse a sí mismo si acepta la posibilidad de causas en el estudio: la única forma de sistematización cerrada posible es tomar el método como dogma, tomar el medio como un todo. En el fascismo, ese método y ese medio es el Estado. Esto, sin embargo, no es completamente cierto: tanto el estudio positivista como el Estado tienen un fin, la práctica, es decir, la moral, que en un estudio no finalista como el positivista solo se entiende como dogma: “El dogma del progreso no puede hacerse, pues, suficientemente filosófico sino después de una exacta apreciación general de lo que constituye sobre todo este continuo mejoramiento de nuestra propia naturaleza, principal objeto del adelanto humano”. El dogma se forma como ‘imperativo categórico’ en el que el hombre posiciona la humanidad frente a si mismo. 

La categorización y unificación
son principios tan científicos
como políticos (cuya máxima expresión
es la eugenesia)

Pero este es un comportamiento que solo se puede conseguir mediante la formación de un “sentimiento social”, de comprensión lógica (inhumana) de que la sociedad tiene una primicia teórica al hombre: “No pudiendo prolongarse más que por la especie, el individuo sería así arrastrado a incorporarse a ella lo más completamente posible, uniéndose profundamente a toda su existencia colectiva, no sólo actual, sino también pasada y, sobre todo, futura, de manera que alcance toda la intensidad de vida que tolera, en cada caso, la totalidad de las leyes reales”. Para Comte y Saint-Simon, la creación de esta comprensión lógica de la sociedad solo podía acontecer en el orden liberal, en aquel donde todo se desplace por la conjunción de interés, pero queda claro hoy en día que esta creación del “ideal de la humanidad” solo se consigue a partir del régimen autoritario. Comte mismo no puede aceptar el progreso sin el orden: “nada verdaderamente grande puede emprenderse, ni para el orden, ni para el progreso, por falta de una filosofía realmente adaptada al conjunto de nuestras necesidades. Todo esfuerzo serio de reorganización se detiene pronto ante los temores de retroceso que debe naturalmente inspirar, en un tiempo en que las ideas de orden emanan todavía esencialmente del tipo antiguo, que se ha hecho justamente antipático a los pueblos actuales”. También queda claro que la idea de la totalidad, contradictoriamente, solo puede ser conseguida por una parte del total. Esta parte puede llamar a la homogeneización en base a la raza, al género, a la nación… Pero queda claro que el positivismo inocente, con oposición al positivismo maduro (el Fascismo), no es concebible sin un fin, sin esa moral dogmática que resulta en que el medio sea a su vez fin. El fascismo, pues, en cuanto es un progresismo, es un inhumanismo, es aquello que por el bien del progreso desubjetiviza, aquello que sacrifica a quien sea en nombre de la ciencia (recordemos a Mengele). Pero a su vez, en su creacion de un sujeto unitario, en su homogeneización de la cultura y la sociologia nacional, el fascismo sí es un humanismo. En cuanto sigue la trayectoría sentada desde el siglo XVIII como progreso, el fascismo es un humanismo. En ultima instancia, el fascismo no resulta en síntesis de el progresismo social, aunque por lo equivoco del termino se encuentre en contacto constante. Lo que si demuestra es que el orden capitalista mismo se encuentra en contradicción con sus dos términos progresistas. Hay que poner en juicio antes al progresismo que al fascismo.

 

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