Contra el Cristianismo cultural: La guerra cultural y sus víctimas.
Contra el Cristianismo cultural
La guerra
cultural y sus víctimas.
Flp 3:20
La definición de la cultura es siempre algo demasiado complejo, pero si hay algo en lo que concuerden sus muchas definiciones es en que su ‘participación’ se da de forma ultima en el acto individual, la conducta (voluntaria o no). La cultura se ‘construye’, ya sea natural o artificialmente, social o genéticamente, definida o indefinidamente, a través de dichos actos. Es en esto donde se liga de forma moderna la cultura con la moral, cuya definición también necesita ser un tipo de práctica. Aún así, podemos tomar una definición contemporánea y popular de la cultura, horriblemente indefinida, que es la definición de cultura como expresión de la ideología personal o de personalidad, una forma que subordina esa expresión individual de la cultura. Cuando entendemos cultura como ideología (es decir, el actuar moral como construcción cultural hacia un fin, el culturans de la culturata) es cuando podemos entender esta dentro del fenómeno de la “guerra cultural” tan predicada por los sectores más modernizados de la política contemporánea occidental. En este acto que es el de una ‘elección’ (sea dentro o fuera de alguna ideología cultural), el cristianismo ha aparecido de diversas formas, y, curiosamente, de forma omnipresente en el espectro político. En este sentido, en España y en muchos otros países occidentales, el cristianismo ha sido ‘vaciado’, se ha convertido en uno de estos puntos neutros, que solo son tales porque están a la espera de convertirse en la tierra de nadie de la apropiación política dualista de la dinámica ‘amigo-enemigo’. Frente a esta situación en que se encuentra, aquí tenéis una narración de la frustración de alguien que ya no soporta dicha prostitución, sea para algunos más o menos legitima.
En esta dinámica de la política como movimientos de ‘amigo-enemigo’, aparecen dos movimientos culturales, opuestos en sentido, que realizan un movimiento amplio y general (el movimiento unitario de la “guerra cultural”, que no es sino la culturización). Vemos que ambos terminan en un mismo punto: la secularización, la transformación cultural de la religión. Cuáles son estos movimientos? La apropiación atea de la religión y la codificación cultural de la religión en el seno (y en la base) de esta. El movimiento general que se desenvuelve tras estos dos movimientos (la culturización, fase superior de la culturans) se trata de una inversión de la inmanencia y la trascendencia de la cultura y la religión. Ambos aspectos que hemos destacado de la cultura (construcción y práctica, culturata y culturans) se elevan a trascendencia. La cultura es punto de referencia tanto en la masa (práctica) como la construcción (las élites/intelectuales). Es más, uno de los problemas presentes es la reproducción frente a la producción de la cultura. La élite ya no participa del sistema de estratificación que suponían la comunicación de la trascendencia en la religión, sino que participa de un movimiento circular de traspaso de contenidos culturales, de aprobación y asimilación. Los discursos políticos se centran, en la base democrática, en apaciguar la masa, en conectar de par en par. Eso se hace mediante la referencia cultural. En la dinámica de amigo enemigo, esa referencia se consigue posicionándose en el eje de la “guerra cultural “, guerra que, dado el paso de la cultura como territorio trascendente, llega a la retórica escatológica.
Pero no es mi objetivo analizar este movimiento
general de la transformación y del traspaso de la apariencia cultural, sino
analizar los movimientos particulares que ya hemos mencionado. Mi objetivo es
estudiar uno de los movimientos de dicho fenómeno: la neutralización del
cristianismo en el debate político contemporáneo occidental.
Wokes y la “fe del ateo”:
Aunque parezca contradictorio, hay un “aprecio
ateo a la religión”. En este aprecio se ve la primera parte del movimiento general
que hemos mencionado: la cultura como nuevo terreno trascendente. Hay, hoy en
día, una consideración dogmática de la cultura. Las formas de culto y ritual
(acciones significantes pautadas) han sido desacralizadas, se atribuyen a una
nueva trascendencia, no teísta, sino atea. Elementos neo-trascendentes como la
comprensión científica, la soberanía nacional o los derechos individuales u
colectivos, ocupan la posición de ‘inviolabilidad’ que mantenían antiguos
tótems religiosos. Si la religión tiene un respeto es solo por su incorporación
(si no robo de sus símbolos) en la cultura. La religión no es trascendente,
sino una referencia cultural en cuanto a práctica. Y ni siquiera como practica
total, sino solo una vez se ha vaciado su contenido para tener solo la fuerza
de su símbolo.
La religión va desprendiéndose de todo lo que la
constituye como tal, y pervive, bajo la atenta mirada de la cultura, gracias a
sus “méritos”. Primero fue el fundamento histórico, luego sus méritos filosóficos,
luego artísticos. Es mérito de la cultura, en definitiva, “apreciar el esfuerzo”
de algo que no ha sido creada por ella. Incluso cuando una apreciación atea
fuera de la cultura (como ‘contracultura’) decide usar dichos símbolos sin su contexto
religioso (por ejemplo el ‘New Age’ y la generación beat con el aprecio al
budismo y al hinduismo) esas contraculturas terminan, con el tiempo,
integrándose a su cultura. El discurso de la cultura (dicha cultura es
obviamente la que se encuentra apoyada institucionalmente, es la que se
constituye a partir de justificar ideológicamente el Estado) termina
totalizando el resto de las experiencias constitutivas de la vida humana, sus
fundamentos vitales. Otro problema es cuando se adhieren esos legados no solo
como un “espectáculo de patrimonio”, esa forma vacía de reconocimiento, sino
como supuesta base de filosofía (y filosofía nacional). ¿Qué es eso de la fe
del ateo? Pues es algo que se aleja mucho de la religión. No es que no exista,
es que sitúa un culto erróneo. Es cierto que los elementos religiosos perviven
en el estado, ya sea en esos mismos elementos o en su fuerza legitimadora (como
teología política secularizada). La verdadera fe del ateo es la fe a lo ateo (ateísmo
que se viste de Dios).
Tradición, fe y cultura:
Por otro lado, a lo mejor no tan distinto, el orgullo de algunos en la fe no termina
sino siendo una extraña confusión de la fe como “superioridad”, que no “algo
superior”. La fe es algo que relaciona al creyente terrenal con lo espiritual.
Como tal, no es comparable a nada terrenal. Tomar la fe como unidad de medida de
lo mundano solo funciona de forma parcial. Fuera de la fe no hay salvación, es
cierto, pero pasar de la compasión a la arrogancia y al desprecio es una nueva caída
en la tierra. El cristiano no tiene enemigos, tiene inconvenientes, que es
todo aquello que forme parte de lo terrenal, incluido él mismo. Por eso la
beligerancia extra-fides es un asunto peliagudo, y que debe estar muy bien justificada.
No hay necesidad de nombramientos, sino solo de
comprensión, cuando señalo que algunos invocan el cristianismo y la tradición
como signo de superioridad. De nuevo, no es que no lo sea, pero nos encontramos
en una difícil arquitectura que atraviesa dos mundos. Y cuando la fe cae en el
campo del orgullo, significa que la religión ha caído en el campo de batalla de
la cultura. La religión es hoy en día, incluso para ciertos creyentes, una
identidad de primacía terrenal, lo que viene a ser cultural. Caemos de nuevo en
un dogmatismo de la cultura trascendentalista, en ese campo de la cultura como
práctica, reproducción, calco, que terminan negando todas las reclamaciones morales, de todas las
injurias y transgresiones del “portaos prudentemente con los de fuera” (Col
4:5) o “no juzguéis y no seréis juzgados” (Lc 6:37).
El cristianismo no debe constituir un arma ideológica para la cultura y la política, puesto que la cultura y la política suponen campos de batalla para el cristianismo, no a la inversa. El cristianismo no es una categoría más de lo político, no entra en la posibilidad de llenar la casilla de “religión”. Es a partir del escándalo que se comunica el cristianismo de forma política, sí, pero no en favor de la política, sino de sí mismos. La manifestación negativa de esa subalternidad se encuentra en el discurso y debate político. La posición religiosa justifica de forma meramente retórica una posición política: el cristianismo es adyacente. El cristianismo predica en cierta medida un olvido del goce y del poder terrenal, que el creyente pueda centrarse en lo verdaderamente importante de la existencia mundana (el cuidado espiritual y la sumisión del alma). El elemento ultimo individual del cristianismo nos obliga a soltar
Si anteriormente hemos hablado de un aprecio ateo
de la religión, acaso no podemos decir que algunos usan el cristianismo como
justificación de una contracultura (de la reacción, de la tradición) del mismo
modo que la cultura constituyente celebraba de forma vacía los “logros” de la religión,
¿No podemos decir que sucede un mismo uso “ateo” por parte del discurso
político “opuesto”? Cuando hablamos de la moral como cultura práctica, vemos
que el cristianismo, una vez arrastrado al debate y a la guerrera cultural,
pierde su fe para convertirse en una lista de medios a ser cumplidos. La
religión, para poder ser blandida, se reduce a moral. Si no entendemos que la
fe es algo más, perderemos la fe misma, diluida en el fariseísmo y puritanismo
vacío.
¿Qué debe ser la cultura para el cristiano? Este es el punto más abierto a discusión. De forma negativa, no debe ser una obligación moral (recordemos la distinción entre culturata y culturans). Este es el punto más esencial y con el que cualquier creyente debería estar de acuerdo. La secularización y la culturización son peligrosas precisamente por el ‘vaciamiento’ de los contenidos morales en práctica. Dónde a lo mejor no todo el mundo puede estar de acuerdo conmigo es que la cultura para el cristianismo va más allá en otro sentido, puede superar incluso la comprensión no de culturans (obediencia y practica) sino de la culturata (construcción). La cultura para el cristiano debe volver a su comprensión original (el mors), como prácticas, individuales o colectivas (pero en cualquier caso reducidas), que no obliguen al creyente en forma alguna. Hay que secularizar la cultura, convertirla en una práctica vacía (pero no vacía en el sentido estatal realmente existente, es decir, trascendencia vacía, sino en inmanente o simbólicamente trascendente, en ritual subordinado). Si decíamos que tradicionalmente es la elite la creadora de cultura (ahora un proceso invertido), hay que eliminar todo tipo de imposición que pueda crear dicha construcción que luego deriva en práctica. Pero no puedo elaborar más en dicho tema.
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